Mi primer coche

Por Olga Gayón/Bruselas

Érase una vez esa Bogotá que comenzaba a tener vida propia. Sus calles estaban atestadas de automóviles Renault 18, 12, 6 y 4. Los no ricos, cuyos ahorros o capacidad de endeudamiento eran pequeños, compraban un Renault 4, el más modesto. Para quienes podían permitirse coches más costosos y de otras marcas (estadounidenses o europeas), el R-4 era apenas un ‘cuatro latas’: así lo llamaban con desprecio. Pero para la mayoría de colombianos que ni siquiera empeñando su vida podría tener esta miniatura, era la nave espacial soñada. Para mí era el lujoso auto con el que podía transportarme todos los días a la facultad de Derecho del Externado y así llegar a tiempo a las clases de las 7 de la mañana, librándome del transporte público que en Bogotá era pésimo y caótico.

Mi Renault 4 era verde petróleo. Por supuesto que lo compramos de segunda mano. Su antiguo propietario era un amigo del alma, quien, además de defensor de los derechos humanos, poseía un sentido del humor especial: en la puerta de atrás le había puesto una pegatina, con la que luego, mis amigos comenzarían a identificarme: “no me toque el pito que me irrito”. Para los no colombianos, y muy mal pensados, pito en Colombia es claxon.

Evocar mi primer coche, trae junto con el recuerdo específico, las memorias de una época en la que, pese a ya no ser una niña, continuaba siendo una soñadora empedernida. ¡Igual que ahora!

Es que no aprendo…

Obra artística de Stefan Rohrer

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