En inmovilidad

¿Al fin qué de Metrolínea? ¿Ni que sí ni quizá ni que no? ¿Qué falta para arreglar la situación?

Faltan muchas cosas, difíciles de resolver, por cierto. Falta que se entienda que el usuario es lo más importante; falta que los dineros de una obra monumental como esta no se enreden en los vaivenes de la administración pública, que vienen dejando una estela de dudas desde que levantaron las calles de Bucaramanga, hace ya décadas, para cimentar el paso de los enormes buses que venían a traer el progreso y la movilidad plena para la capital y sus alrededores.

Pero no hicieron nada en los alrededores. Como dijo alguien, levantaron la infraestructura en varios puntos, pero no tuvieron en cuenta los espacios periféricos, así que los habitantes de zonas clave, en el norte, el occidente, el oriente y el sur, es decir, en todos lados, se quedaron sin transporte masivo, y en cambio, sí, se redujeron las alternativas públicas de transporte y las vías para la movilidad, que vinieron también a verse reducidas con la genial idea de gastarse un platanal en la adecuación para el tránsito de bicicletas.

En definitiva, se redujeron las vías para darle paso a Metrolínea, que no pasa; después, se redujeron las vías para darle paso a las bicicletas y a las patinetas, que tampoco pasan, porque las motos, en vía o en contravía, no las dejan pasar, ni las chazas ni los carros parqueados. A cambio de tres carriles, tenemos dos por Metrolínea; a cambio de dos carriles, tenemos uno por cuenta de las ciclorrutas de mentiras.

Y, frente a este lío, lo que queda de vías se inunda con más vendedores ambulantes, que se pelean el espacio público con los buses destartalados, del mismo modelo del dueño, que recogen o dejan pasajeros en donde sea, como sea y a la hora que sea, y con taxis, amarillos o de cualquier color, y con un enjambre de motos, que hacen mandados, que buscan pasajeros, que hacen piques y caminan en una llanta para exhibir sus talentos. Y todos se toman la calle cuando quieren y como quieren porque “están trabajando”, y defienden su postura como sea, a plomo, a cuchillo, a cruceta.

En conclusión, regresamos cuarenta años en el tiempo, con los mismos buses y los mismos problemas, pero sin el tránsito que tuvimos en aquellas épocas en que Cali y Bucaramanga eran ejemplo de orden, respeto y cultura ciudadana. Volvimos al pasado así, lo mismo, pero con la población multiplicada por cinco y la población de vehículos multiplicada por jijuemil.

Mensæ tegumentum. Si hay intolerancia a la lactosa, ¿por qué no puede haber tolerancia a la intolerancia al reguetón y a la norteña?

@PunoArdila

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