Jorge Eliécer Gaitán, ¿el fascista?

La historia es una representación de eventos pasados; por tanto, es limitada y subjetiva, y la verdad puede verse afectada por la interpretación personal, muy a pesar de la evidencia documental. Por ello, hoy día siguen existiendo partidos y movimientos neonazis en Alemania (y en otras partes del mundo), y en Chile, ciudadanos que extrañan a Pinochet y defienden su gestión, así como quienes en toda Latinoamérica sienten por Ernesto “El Che” Guevara una veneración casi religiosa. Gaitán, por supuesto, no es la excepción. Su prematura muerte, con apenas 45 años y en el cenit de su carrera política, lo convirtieron en el mártir por excelencia de la historia del siglo XX en Colombia. De hecho, su muerte y los hechos que de ella derivaron son el acontecimiento histórico más relevante de ese mismo tramo de la historia nacional.

Como si presintiera una muerte temprana, vivió la vida de prisa: a los 25 años se graduó como abogado y, a diferencia de la mayoría, el título de su tesis de grado pasó a la historia: «Las ideas socialistas en Colombia». A los 26, en Italia, se doctoró en Jurisprudencia con una tesis magna cum laude que también se convirtió en texto de estudio, «El criterio positivo de la premeditación»; dos años después ya había sido elegido representante a la Cámara, y al año siguiente, presidente de esa corporación y también de la Dirección Nacional Liberal.

Uno de sus principales legados es haber denunciado y debatido en el Congreso los hechos aciagos conocidos como la masacre de las bananeras. Sin su sesudo trabajo, quizás esos acontecimientos sí habrían sido borrados de la historia y quedado en la ficción, como querría y se atrevió a afirmar públicamente y sin sonrojarse la senadora María Fernanda Cabal.

Como congresista, pues, tuvo un trabajo impecable y por el cual la historia lo recuerda, así como por haber sido al momento de su muerte el líder natural y seguro candidato presidencial para las elecciones de 1950. Este último hecho puntual es el que provoca que muchos hagan el ejercicio contrafactual de afirmar que Colombia sería otra si Gaitán hubiera sido presidente.

Aquí nos ocuparemos del Gaitán en el ejecutivo, pues fue, además de congresista, alcalde de Bogotá de 1936 a 1937, ministro de Educación entre 1940 y 1941 y ministro de trabajo entre 1943 y 1944. Desde los dos primeros cargos promovió campañas de “desanalfabetización” y hasta organizó la primera feria del libro en Bogotá e implementó bibliotecas ambulantes y “patronatos” para facilitar el acceso de las clases populares a la cultura. Tales iniciativas no solo no eran tan originales como pretendía mostrarlas (en México, Argentina y Perú también se llevaban a cabo), sino que eran un intento por controlar qué leían estas clases, así como por transformar el “cuerpo social colombiano”. Su otra obsesión fue la higiene, al punto de que a la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR), movimiento fundado por Gaitán, se le apodó “el partido del jabón” en tanto él, antes de ser alcalde, regalaba jabones después de sus discursos. Esos programas, junto al de “gota de leche”, que procuraba nutrición a niños pequeños y sus madres, estaban estrechamente ligados a las biotipologías de la raza propuestas por Nicola Pende, un italiano contemporáneo de Gaitán y a quien este había citado en su tesis doctoral.

En su preocupación por la higiene, Gaitán alcalde impulsó la policía sanitaria, e instó a patrones —so pena de multarlos— a verificar el baño diario de sus empleados; hubo hasta decretos que pretendieron obligar a los bogotanos a pintar las fachadas de sus casas, eso sí, de alguno de los cinco colores permitidos: «crema, marfil, amarillo, rosado mate y siena claro». Gaitán ministro, en cambio, dirigió su política hacia el cuidado del cuerpo mediante «elementales precauciones higiénicas, de la educación física y del deporte». Para Gaitán, los cambios físicos se traducirían en cambios psicológicos y sociales. Prohibió la mendicidad, pero fue incluso más allá: el Decreto 333 del 15 de septiembre de 1936 prohibió la ruana y las alpargatas, pues según él, la manera de vestir de las clases populares ponía en riesgo el progreso de la nación. Pocos meses después, su obsesión para que la gente vistiera con abrigos y zapatos al estilo europeo lo llevó a expedir el decreto que marcó su salida de la alcaldía, con el que pretendió uniformar a choferes y vendedores ambulantes. El 8 de febrero de 1937 empezó la huelga de taxistas, a la que se unieron los maquinistas del ferrocarril. Los huelguistas le enrostraban al alcalde su deseo de imponerles cómo pintar sus casas, cuándo bañarse y, ahora, cómo vestirse, y empezaron a llamarlo “dictador fascista”. Cinco días después la ciudad era un auténtico caos; ocho taxistas habían muerto bajo las balas de la represión. Ese 13 de febrero, Gaitán fue destituido por el presidente López.

Tres años después, en el ministerio, continuó su cruzada por calzar a los niños: «El descalcismo ha creado entre nosotros un sentimiento de inferioridad casi invencible que, unido a otros muchos factores, es causa de que se limiten y debiliten los impulsos de progreso social en nuestro país», afirmó. También en el ministerio copió la festa della giovinezza (fiesta de la juventud) de la Italia fascista para celebrar aquí, con el mismo nombre, el Día de la Raza. Así, ante el presidente Eduardo Santos, miles de estudiantes desfilaron con uniformes militares, banderas ondeantes y demostraciones de educación física entonando cantos de amor a la patria, exactamente igual que otros lo hacían en Italia ante Mussolini. Gaitán, tan mestizo él, tan lejos del prototipo ario, fue un exponente de la eugenesia en Colombia. Es cierto que de él, en su concepción política del Estado, no puede decirse que haya sido un fascista, pero tampoco se puede negar que simpatizaba con algunas de las ideas, sobre todo raciales, del fascismo. Y con su estética.  En efecto, si hubiera sido presidente el país sería otro, pero ¿cuál?

@cuatrolenguas

*Historiador de la Universidad Industrial de Santander. Corrector de textos para editoriales. Ha colaborado en publicaciones de la FAO y varias ONG. Fue presidente de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo (Correcta), de la que además es miembro fundador. Formó parte del equipo editorial que tuvo a cargo la edición del Informe final de la Comisión de la Verdad.

Sobre el autor o autora

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial