El centro y la derecha se dan la mano

Por ELENA SÁNCHEZ*

A pesar de la insistencia de muchos en que debemos pasar la página de la violencia, es muy poco lo que se dice de la violencia simbólica. En un país en donde se cometió un genocidio contra una fuerza política de izquierda que actuaba legalmente y dentro del marco democrático, la Unión Patriótica (UP), con complicidad de paramilitares y agentes del Estado, resulta de extrema violencia simbólica la obstinación del centro en equiparar los dos presuntos extremos cuando es cada vez más palpable que la extrema derecha colombiana ha tenido nexos con paramilitares e implicado a agentes del Estado en asesinatos y masacres. El centro no deja de equiparar victimarios y víctimas, en una operación nauseabunda y profundamente antiética.

Pero no es algo que se circunscriba al ámbito partidista: en Colombia es más fácil y políticamente rentable censurar a la víctima que ha sufrido abusos, que al victimario. Sobre todo si este es un hombre cisgénero, heterosexual, blanco-mestizo, de clase media para arriba y citadino. La cólera de los vulnerables vulnerados es asimilada a irracionalidad de la masa popular o «histeria» femenina.

La tranquilidad de los vulneradores, que saben que la sanción social no suele tocarles, es asimilada a buena educación y cortesía. La víctima resulta violenta y el victimario una persona de bien. El que no vea que hay una obvia relación entre el conflicto armado y esta estructura de revictimización, que opera casi que por inercia, es que es ciego. Y es también evidente su procedencia: la cortesía del vulnerador es de corte virreinal, colonialista.

Aquí la palabra RESPETO juega un rol fundamental para mantener las jerarquías, haciéndonos creer que se pide algo básico y humano. Basta mirar el diccionario para descubrir la trampa en la que caemos constantemente: respeto es veneración, deferencia, miramiento, acato a la autoridad. Es lo que la persona de a pie les debe a los aristócratas de las sociedades coloniales.

Cuando el funcionario pide respeto, está casi ordenando que se acate lo que dice, sin cuestionamientos. Cuando la mujer pide respeto, pide que se venere y admire su figura. En un marco democrático de derechos, esto resulta ambiguo y problemático. Claro, se puede dirigir el respeto a los derechos humanos y la vida de los otros, si lo que se quiere es reivindicar tal valor.

En una sociedad tan profundamente colonial y cortesana como la nuestra, el respeto está vinculado a la figura del respetable, heredada precisamente de la época colonial. Por ello es necesario cuestionar tales formas inocentes de hablar. Que Petro parezca pendenciero, De la Espriella vulgar y Fajardo respetable no habla de virtudes o defectos políticos, sino de nuestras taras coloniales y cortesanas que no deberían formar parte de nuestro criterio político en democracia.

El peligro de De la Espriella no es su vestimenta estrafalaria, sino que pretende devolvernos a los en la que el mismo Estado asesinaba por igual a militantes de izquierdas y a muchachos sin trabajo para hacerlos pasar como bajas propinadas a las Farc.

Que Fajardo hable con mesura no le quita lo neoliberal, y la vehemencia en ocasiones exagerada de Petro Petro no desdice de su reforma laboral ni deshace la entrega de tierras a campesinos.

@elesan15

* Artista y filósofa con especialización en Estudios de Género (Universitá Roma Tre), Maestría en Teoría del Arte (EHESS Paris) y Doctorado en Estética (Université Jules Verne). Ha sido docente e investigadora de la Université Jules Verne, la Pontifícia Universidade Católica de Sao Paulo (donde realizó una estancia post-doctoral) y el Politécnico Grancolombiano.



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