El electorerismo, un callejón sin salida

Por JUAN SEBASTIÁN BERRÍO (Manada)

Nueve años después de la firma del Acuerdo de Paz y de la transición a la legalidad política, el Partido Comunes – antes FARC – viene enfrentando una encrucijada existencial que trasciende lo meramente electoral. El pragmatismo político, esa «Realpolitik» que a veces parece ser la única brújula que nos quedó de la lucha por el poder por la combinación de las formas de lucha, ha demostrado ser un camino que conduce, no a la acumulación de fuerzas para la transformación radical, sino a la lenta disolución del carácter revolucionario en el ácido corrosivo de la maquinaria burguesa.

Como señalaba Antonio Gramsci, la lucha en las trincheras de la sociedad civil – el trabajo paciente, ideológico y organizativo en la base social – es la verdadera «guerra de posición» que precede y posibilita cualquier avance duradero. Sin embargo, la adaptación paulatina a la lógica electoral, elevada a máxima expresión de la práctica política, nos ha llevado a descuidar sistemáticamente esa trinchera fundamental.

La intención a la que nos quiere llevar la práctica electorera tradicional es a convertirnos en una «fábrica de avales», ya que el discurso primordial actual prioriza la supervivencia en el escenario electoral sobre la construcción del sujeto político que debe habitarlo. Allí radica la encrucijada fundamental: adaptación o revolución, revolución o reforma dirían otros.

La historia del marxismo y los marxistas, en los debates con el “revisionismo”, ha dicho y desdicho varias cosas sobre los peligros de subordinar el movimiento a la táctica parlamentaria. El fetichismo electoral, ese electorerismo burgués, opera en últimas, como un aparato ideológico bastante eficaz: naturaliza las reglas y prácticas contra-éticas del adversario, fragmenta las demandas populares en promesas gestionables y sustituye la movilización consciente por el clientelismo transaccional.

Y es evidente que la concepción revolucionaria no puede ser un rasero dialéctico que aplicamos a determinadas situaciones y a otras no. No se puede, por un lado, denunciar la exclusión política y la estigmatización hacia el partido surgido del Acuerdo de Paz y, por el otro, aceptar la asimilación por los mismos mecanismos que reproducen esa exclusión, incluyéndonos en la tradicional forma de hacer la política basada en el clientelismo, la componenda y el cálculo por encima de los intereses del pueblo.

El Che Guevara, en su reflexión sobre el socialismo y el hombre nuevo, insistía en que la construcción de la nueva sociedad es inseparable de la forja de una nueva subjetividad. Esta no nace en los comités electorales ni en las curules. Nace en los territorios, en la lucha concreta por la tierra, la vivienda digna, la educación y la salud; en la resistencia contra el extractivismo y la violencia paramilitar. La sociedad colombiana, efectivamente, no es aún continente del sujeto político revolucionario en su plenitud, pero ese sujeto -que antes llamábamos el proletariado «para sí»- no surge espontáneamente. Se construye mediante la práctica organizativa y la pedagogía política desde abajo. El escenario electoral burgués, por su diseño mismo, es estéril para esta tarea que ante todo es procesal y paulatina.

Centrar toda la energía en mantenerse en el juego institucional, alegando el siempre útil discurso del pragmatismo, es el camino más seguro hacia la irrelevancia política revolucionaria y ya no es momento de seguir tragando entero. Hay que masticar, discernir, criticar. La digestión acrítica de la lógica del sistema solo produce indigestión política y dispersión de los acumulados históricos de lucha.

El llamado, entonces, no es a un abstencionismo infantil o a un retorno anacrónico a formas superadas, sino a un giro táctico de profundidad estratégica. Algunos y algunas creemos firmemente que se trata de reequilibrar la balanza: subordinar la participación electoral a un proyecto de poder popular, de Nuevo Poder, territorialmente enraizado. Es la hora de priorizar nuevamente los procesos de base, las asambleas populares, las escuelas de formación política, la solidaridad concreta con las luchas sociales. Es la hora, en definitiva, de dejar de ser un apéndice gestionador del statu quo para volver a ser un instrumento de movilización y conciencia.

La verdadera «Realpolitik» para un proyecto que se reclama revolucionario no es la que negocia su alma por un lugar en la foto de “popularidad” ante votantes casi inertes, sino la que entiende que el poder, antes de tomarse, se construye en el trabajo constante con el pueblo. De lo contrario, el Partido Comunes no habrá hecho más que recorrer, en nueve años, el camino inverso al soñado: de la insurgencia transformadora a la insignificancia consentida. El reto es rectificar antes de que la adaptación se convierta en capitulación.

@Manada_Comunes

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