Por YEZID ARTETA*
En la manifestación del pasado 1º de mayo había un loquillo en la Plaza de Bolívar ofreciendo textos pirateados, entre los que se encontraba una versión mejorada del Manual de Carreño, un clásico que mi fallecida madre enseñaba a rajatabla a sus alumnos en una escuela pública de Barranquilla. Compré un ejemplar por diez lucas. Repasé el Capítulo Uno sobre urbanidad con la intención de cotejar algunas conductas como las del puñetero Efraín Cepeda, las del impresentable David Racero o las de Ciro Ramírez, quien salió de la cárcel rumbo al Congreso para votar contra la clase trabajadora. Conclusión: despreciables operadores políticos y pésimos ciudadanos.
En el invierno de 2017 publiqué en Colombia y España un ensayo titulado La mala reputación —aludiendo a la canción del músico francés Georges Brassens— en el que interrogaba sobre la razón de la izquierda: ganar o simplemente existir. Había entonces participado en el 15-M español, seguido los acontecimientos de la deuda griega y el preámbulo de lo que serían después los estallidos sociales en Latinoamérica. A la par se fue materializando una “troika” de izquierda que a punto estuvo de tocar el cielo, pero luego se desplomó como fueron los casos de Podemos en España y Syriza en Grecia. Un auge y una caída que no llevó más de un lustro por causas que explicaré en otro momento.
Para la derecha la reputación importa poco o nada. Donald Trump acaba de indultar a 25 personas entre los que se encuentra King Larry, un gánster que lideró una organización criminal en Chicago, asimismo otorgó la gracia presidencial a redomados evasores fiscales, asesinos confesos y traficantes de drogas. Tres dirigentes de Chega, el partido de extrema derecha portugués que acaba de obtener la segunda plaza en las elecciones generales, están acusados de prostitución infantil, robo de maletas en los aeropuertos y conducción temeraria. Hubo una época en que los sufragantes elegían a los ciudadanos más competentes y honorables, ahora escogen a malandros que cubren sus canalladas con una retórica facha, agresiva y excluyente.
En Colombia hay partidos del establishment en los que una parte de sus dirigentes ocupan asientos en el Congreso y otras celdas en la Penitenciaría La Picota de Bogotá. La devaluación ética que prevalece en el país lleva a que individuos inmorales obtengan credenciales políticas. Hace poco un desmejorado Andrés Felipe Arias, exministro uribista condenado por peculado, subió a las redes un video en el que aconseja invertir en bitcoin. Esperemos que su recomendación no lleve a la ruina de los ahorradores como sucedió con los argentinos que confiaron en la criptomoneda patrocinada por Milei. Mientras, el excandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga espera un juicio por el caso Odebrecht. Dos candidatos de la derecha a la presidencia de Colombia metidos en graves líos judiciales.
Ocupémonos ahora, Viejo Topo, de la izquierda colombiana. Hay líderes y líderesas como Iván Cepeda, Carolina Corcho, Gustavo Bolívar, Gloria Inés Ramírez o Aida Avella, por nombrar algunos, que brillan por su coherencia, perseverancia y lealtad, pero también hay unos muérganos que deshonran las banderas de la izquierda y el progresismo. Individuos que en el 2022 se montaron en el tren de la victoria sin pagar el boleto. Son una suerte de mimikry —como llamó Walter Benjamin en su escrito Melancolía de izquierda a los imitadores y copistas— que aprovechan los cargos para sus mezquinos intereses, sin importarles un rábano las consecuencias que esto trae entre millares de electores que se dejaron la piel en la calle durante el estallido social o fueron a las urnas con ilusión y entusiasmo.
Lo que hizo David Racero lo practican a menudo la mayoría de operadores políticos tradicionales de Colombia. Políticos y secuaces que toman a la administración pública como un simple negocio personal y familiar. Pero en el caso de la izquierda y el progresismo las consecuencias por realizar prácticas corruptas no pueden ser iguales al déjà vu de la derecha. Premiarlos con un cargo en el exterior o dejarlos que sigan echando carreta en nombre de la lucha. En la época de la Revolución Francesa estaba la guillotina, ahora está la comisión ética. ¡Pónganla a funcionar!
Una izquierda que no distingue la paja del grano está condenada a la irrelevancia. Racero, junto a otros elementos de su especie, deberían entregar sus actas de congresistas e irse a un remoto caserío del país a expiar sus culpas. Rehacer sus valores mediante actividades sencillas como cultivar una huerta, aprender carpintería, dibujar, acariciar a un gato o criar unos pollitos. Y leer. Leer obras que les permitan entender las consecuencias de la codicia y apreciar el decoro. Antes del fin de Ernesto SÁbato sería una buena lectura para comenzar.
* Tomada de revista Cambio Colombia