—Después de la tensión que hubo la semana pasada por cuenta de los bloqueos de motociclistas, no solo quedan preguntas sobre la norma cuestionada del pasajero hombre y sobre el paralelo entre transporte ilegal y derecho al trabajo, sino que siempre queda la duda sobre la existencia formal del oficio y del término “mototaxismo”, porque, si este existiera, existiría también “taxismo”, y no es así.
—Sí existen —respondió de inmediato El Sapo Inquisidor—. Las palabras existen por la razón fundamental del uso, que manda, aunque mande mal, y estas dos palabras existen en el uso, aunque no hayan sido incorporadas por la RAE a la lengua castellana. Por un lado, y de acuerdo con lo que dice mi amiga Sofía, «el “taxismo”, también conocido como taxia o irritabilidad, es un tipo de respuesta biológica que implica el movimiento o desplazamiento dirigido de un organismo o parte de él, en respuesta a un estímulo ambiental. Esta respuesta es común en organismos simples o de complejidad intermedia, como animales invertebrados». En nuestro lenguaje cotidiano, el oficio de los taxistas no responde a este concepto, pero sí el oficio de los que prestan el servicio, informal, ilegal o como sea, del transporte en una motocicleta. Se unen, entonces, ‘moto-’, referido a ‘motor’ (no necesariamente a ‘motocicleta’) y “taxismo”, y ahí tenemos la nueva palabra, aplicada al desorden vial.
—Entonces mi siguiente pregunta es si deben formalizarse y legalizarse tanto el oficio como los términos idiomáticos.
—Sobre los términos –repito–, no hay duda de que el uso se encargará de que sean registrados por la Academia y –si el uso continúa el tiempo y la intensidad suficiente– también incorporados al diccionario; pero falta ver que eso ocurra. Acerca del oficio, no lo sé.
—Con el “mototaxismo” ocurre algo similar a lo que usted dice de las palabras —intervino el ilustre profesor Gregorio Montebell—: existe porque existe la necesidad. Así de simple. La gente necesita transporte fácil y económico, y recurre a las motos por economía, que, aunque resultan más costosas que el bus, son rápidas y puerta a puerta; son alternativa real, pero peligroso por el riesgo de accidentalidad, porque el servicio de buses, también peligroso por el acoso de la delincuencia, no cubre todas las zonas ni pasa con frecuencia; o ahora, como en Bucaramanga, ni siquiera existe. Y para los trancones de las motos, los trancones que arman los muertos-vivientes buses escachalandrados que volvieron a aparecer.
Pero es interesante oponer y analizar dos “argumentos”: por un lado, que exista el “derecho” a una actividad ilegal sencillamente porque “hay que comer”; por el otro, el “derecho” a prohibir que los motociclistas lleven de pato a un hombre adulto.
@PunoArdila