Cualquier análisis posible del atentado contra la persona de Miguel Uribe Turbay debe dejar de lado la escasa posibilidad de que los móviles no sean políticos. Además, por tratarse de quien es la víctima, es un caso con un impacto mediático muy alto, pero atentar contra la vida de cualquier persona es condenable, indistintamente de si se trata de un candidato presidencial o un campesino anónimo de la Colombia profunda. Los homicidios contra la gente de a pie son más o menos 36 cada día sin que merezcan, la gran mayoría, siquiera una línea en medios. Todos son igualmente execrables. En fin, volvamos a Miguel.
En este caso particular, hablar de que el atentado vino por “pensar diferente” ya supone una responsabilidad en el extremo político opuesto al del precandidato, aunque no necesariamente es así. Hacerlo es tan irresponsable como suponer que las precandidatas de su mismo partido María Fernanda Cabal o Paloma Valencia tuvieran responsabilidad en este atentado por haber expresado públicamente sus diferencias con su correligionario, ahora entre la vida y la muerte.
Justamente de estas cavilaciones surge la primera de las preguntas: ¿a quién le sirve, qué sector político se puede beneficiar de semejante infamia?
La respuesta parecería no requerir demasiado análisis: en las primeras 24 horas después del atentado vimos en los medios desfilar personajes políticos de todos los colores, candidatos o no, y aunque todos lo han condenado enérgicamente —como debe ser— solo quienes son más cercanos ideológicamente a Miguel Uribe han intentado capitalizarlo políticamente: Francisco Barbosa, Victoria Dávila de Gnecco, por supuesto, Miguel Polo Polo y sí, también la propia María Fernanda Cabal desde sus redes sociales.
Sin embargo, más allá de nombres propios, sí hay un discurso político en Colombia que, en boca de candidatos y simpatizantes, repite una y otra vez la necesidad de “dar bala”, de “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”, de “dar balín”, como dijo el precandidato Santiago Botero en el pasado debate de precandidatos de Asobancaria en Cartagena, mientras vestía una camiseta con la inscripción “Confía en Dios” y el público aplaudía su trasnochada creatividad. Es ese discurso el que ha salido a capitalizar políticamente esta desgracia, y está a la vista de todos.
La segunda pregunta tiene que ver con cuál es la responsabilidad del presidente Gustavo Petro en la polarización. Se ha vuelto una verdadera letanía eso de que Petro instiga al odio y la polarización en sus discursos. Y aunque, en efecto, Petro incurre en apreciaciones sobre “pobres y ricos” con demasiada frecuencia, lejos está de ser el inventor de la polarización y de los discursos de odio, una larga tradición en Colombia. Célebres son, en el corto tiempo, las frases del senador Carlos Felipe Mejía, que no merecen ser repetidas, o las del diputado liberal Rodrigo Mesa en la Asamblea de Antioquia acerca de que “La plata que uno le mete al Chocó es como meterle perfume a un bollo”. O las del presidente Uribe de “No estarían recogiendo café”, o cuando se refirió a Carlos Areiza, testigo en contra de Luis Alfredo Ramos y quien había prometido hablar acerca de lo que sabía sobre los nexos entre paramilitares, políticos antioqueños y militares como “un buen muerto”. Y ni qué decir de las frecuentes alusiones a la “gente de bien” para la cual hasta el mismo Uribe Turbay reclamaba el derecho a portar armas incluso minutos antes del atentado. Tan subida es la violencia en el discurso político de la derecha que hace tan solo mes y medio, en Neiva, el propio Álvaro Uribe tuvo que llamarles la atención a los precandidatos del partido para que dejaran de usar la palabra “motosierra” y la expresión “dar de baja”.
Cierto es que el presidente Petro, máxima autoridad y el primer llamado a la moderación, utiliza con mucha ligereza el término “nazi”, que debería guardar para casos extremos, y que sus trinos son desafortunados, pero de ahí a que él sea el instigador del odio hay distancias y proporciones que guardar. Pero sabemos cómo funciona esto, y hay que repetir el estribillo: Petro es el instigador del odio.
La tercera pregunta es ¿cuál es la responsabilidad del esquema de seguridad de Miguel Uribe Turbay? Aunque es muy difícil controlar la presencia de armas en un acto político callejero, son evidentes algunas fallas en seguridad, como el hecho de que el menor agresor haya podido avanzar varias cuadras desde el lugar del atentado, que no haya habido reacción de sus escoltas en el lugar.
Del modo que sea, es demasiado prematuro atreverse a lanzar acusaciones o juicios, como ya lo han hecho algunos. Paradójicamente y sin sonrojarse, varios de los dirigentes políticos que han hecho responsable a Petro del atentado a Turbay y lo han culpado de ser el instigador del odio son quienes más utilizan este tipo de expresiones.
Urge bajar la temperatura del debate político, por supuesto, desarmar el lenguaje y, sobre todo, no sacar conclusiones antes de tiempo. Por el momento, basta recordar que cualquier cosa es posible y que Colombia tiene una larga historia de atentados en época electoral. Por estos días solo se mencionan los de la campaña de 1990 —es lo que manda la corrección política— pero las elecciones de 2002 y 2006 estuvieron particularmente plagadas de atentados, algunos desactivados a tiempo y otros en los que, aunque hubo muertos, el candidato ganador salió ileso. Las operaciones de falsa bandera son un invento viejo.
@cuatrolenguas