Por ISIDRO ÁLVAREZ JARABA *
Hace algunos días, en la cumbre de gobernadores, el presidente Gustavo Petro se refirió a la Eco-región La Mojana desde lo social y lo ambiental: “La Mojana es campesina y anfibia”. Esto para dar respuesta a la intervención de la gobernadora de Sucre, Lucy García, sobre la situación problemática que vive este territorio y sus gentes, y la necesidad de medidas urgentes y acertadas para intervenir la ruptura del río Cauca por el sector Caregato, la cual se prolonga desde 2021.
Tiene razón el presidente, La Mojana es campesina y anfibia: la mayoría de sus pobladores/as son humanos que viven del campo, lo disfrutan, lo quieren tanto, que sus raíces son escamas y branquias que nadan para resistir en su nicho. Pero es claro que éste hábitat varía según los periodos secos y lluviosos, y que dependiendo de esa periodicidad se les permite cultivar y amasar el pan coger.
Son sus tierras fértiles las que lo facilitan, son sus llanuras y playones que dejan crecer las espigas doradas del arroz, la yuca, el plátano, la patilla, el maíz, la ahuyama, la calabaza, el pepino, el frijol, la habichuela y sus múltiples frutales. Sí, son esas tierras nutridas por el limo que traen los grandes ríos dentro de su ciclo variable, los que dejan que ocurra. Y es todo lo anterior, lo que hace que sus pobladores/as se constituyan en «campesinos».
En cambio, lo no constante, lo interminable, lo no cíclico, como el irrumpir de los ríos Cauca, San Jorge o Magdalena, o quizás los tres al tiempo, provoca las cada vez más fuertes inundaciones, deshacen el sentido y las condiciones de equilibrio del territorio, y ponen en riesgo la condición de campesinos, quienes solo quedan a despensa de lo que provisionen los ríos, ciénagas y caños. Ríos, ciénagas y caños que hoy mueren por el envenenamiento con sustancias y metales pesados (agroquímicos, pesticidas, cianuro, mercurio y otros), la sedimentación inducida y el aniquilamiento como vías bioecológicas de peces, lo cual pone en riesgo la salud y la seguridad alimentaria de las familias afectadas por el desastre causado.
Así entonces, lo primero hace que los campesinos de La Mojana produzcan y vivan felices y se enorgullezcan de ser lo que son. Uno, porque pueden ser libres, acumular, producir, construir esperanzas. Y dos, porque su arraigo les permite generar lazos con su entorno, conexión espiritual, amor y sostenibilidad: equilibrio y armonía.
En cambio, lo segundo, o sea lo no constante, lo no variable, lo no cíclico, que es cuando las tierras están sumergidas, hace que el campesino deje de ser tal, pues aquello que lo enorgullecía, sus tierras y sus cultivos, ya no florecen, no brotan semillas, no tienen fruto, no se les permite comer. Ahí, cuando el campesino está padeciendo la inmersión, se refleja la tristeza, la zozobra, el llanto. No hay peces, no hay agua pura, no hay posibilidad de vida.
Estos dos momentos y realidades no podría entenderse desde la «condición» anfibia vista desde el altiplano o desde unos espacios académicos encerrados, fríos, porque pese a la cercanía y convivencia con el agua, de las gentes de La Mojana, esa misma condición nunca se ha asumido como una constante forma de vida, sino más bien, como una manera de afrontar desde la dureza cultural las estructuras de poder ambivalentes y verticales, encumbradas hoy con el discurso de la gobernanza: estructuras de poder que sigue no ordenando los territorios en torno a sus realidades, sino en basamentos idealistas y radicales, que se contraponen a las ideas y estructuras de poder territoriales que resisten y plantean formas quizás más eficientes, desde el equilibrio y la armonía, esto es: La armonianza.
Quizás el mismo estudioso y promulgador de la “cultura anfibia», el maestro Orlando Fals Borda, identificó el carácter y condición del humano sentipensante. No es el que quiere estar, sino el que está porque no hay otra opción. El sentipensante mojanero es un ser que siente, que padece la tragedia, que la baila, como forma de resistir. Esto no es aceptar, es señalar y enrostrar «su docta ignorancia» a quien mantiene la forma de poder.
Poco saben de los agro-pescadores, poco saben de las formas de vida de los «pata de agua», poco saben de los viejos y viejas que han vivido de estas tierras-aguas-, muy poco saben por qué siguen aquí anclados a la espiritualidad de este «país encantado». Nada o poco saben, como una ruptura artificial provocada en 1938, y que duró más de treinta años, sin ser cerrada, que cambió sustancialmente el paisaje y estructura eco-socioeconómica de La Mojana. Treinta años de verticalidad, de negacionismo, de ceguera, de gente no pensante, que tampoco pudo sentir y dimensionar el daño socioambiental, que les vendría a las miles y millones de humanos y no humanos de este vasto territorio.
Hoy, el creer que por la acepción «anfibia» que se le dio a esta cultura, ligada al agua, es vivir todo el tiempo sumergido en ella, y por ende no se quiera aceptar de sus mismas gentes, las sugerencias de cierres de chorros; rupturas, estas, empujadas no del todo, por las dinámicas naturales, sino también, por las artificiales, ligadas a los trabajos del hombre (grandes empresas, formas y practicas equivocas de producción); y el negarse a contemplar las sugerencias de cerrar Cara e’ Gato y construir los diques marginales con puentes vertederos, como parte de las intervenciones para control y regulación de inundaciones en La Mojana, aduciendo, el impacto inmediato en otros sectores de la ribera del río Cauca, en suma, es condenar a La Mojana y a sus habitantes, a una segunda tragedia ecosistémica y social, tal y como sucedió con el no cierre de la «boca del cura», ochenta y cinco años atrás. Si esto sucede, las fuerzas de resistencia mermarán; de seguro no desaparecerán quienes se resisten, pero las condiciones socioeconómicas de éstos, empeorarán, y el aumento de las NBI, será mucho mayor que el actual. El deterioro del nicho bioecológico será de altos porcentajes, irreversible en su recuperación y de mayor vulnerabilidad para todo lo vivo en este gran regulador.
Los cambios geomorfológicos y paisajísticos pondrían en riesgo todo el sistema biótico e histórico-cultural de esta maravilla natural conocida como La Mojana, cuyos habitantes, ya no serán ni campesinos, ni anfibios, solo serán, desplazados ambientales, víctimas de un sistema que no quiso oír ni sentir a los sentipensantes de tierra – agua.
Bien se podría parafrasear al maestro Fals Borda: Ello con el fin, de que lo que se vaya a hacer (y en este caso -no hacer-), en una parte de La Mojana no repercuta mal en las otras, para evitar que lo que veamos al final no sea como el hundimiento progresivo de los antiguos camellones zenúes.
Será su decisión, señor presidente, si los mojaneros sigan siendo de verdad «campesinos y anfibios sentipensantes” o desplazados ambientales, sin agua y sin tierras. Todo porque, lo que se decide como gobierno, «tiene como único argumento la jerarquía burocrática», dado que usted, sus asesores socioambientales y su director de la UNGRD, Carlos Alberto Carrillo, se niegan a escuchar las voces de los viejos y las viejas, invocados en su discurso; olvidando de paso, que la soberanía, solo reside en el pueblo: pueblo que a una voz, solicita el cierre de Cara e’ Gato, sin más dilaciones y, amparados, no en caprichos, sino en experiencias locales, acompañamientos e informes científicos de la Universidad Javeriana y planes, avalados desde el año 2003, bajo el Programa de Desarrollo Sostenible de La Región de la Mojana, Departamento Nacional de Planeación + Organización de las Naciones Unidades para la Agricultura y la Alimentación – FAO.
* Filósofo e historiador, Ambientalista