Por HENRIQUE CANARY – Tomado de Jacobinlat.com
Una corriente que invalida el saber de las antiguas generaciones de militantes anula con ello no solo su memoria, sino también su capacidad presente de actuación y lucha. Construir direcciones lleva tiempo. Por eso, las generaciones más viejas son el cimiento de cualquier agrupamiento. Ellas cargan con la experiencia política, la tradición ética y organizativa, el programa histórico. Su papel, por tanto, no es el de sabios y pasivos consejeros, sino el de miembros activos. Pero el cimiento no es todavía el edificio. Es la juventud la que debe constituir las paredes, las aberturas y el acabado fino del edificio. Un colectivo que no promueva la renovación generacional de sus cuadros dirigentes está condenado a la crisis y al estancamiento. No fueron pocas las rupturas recientes en el campo de la izquierda que tuvieron como motivo alguna forma de conflicto generacional. La integración de las distintas generaciones en la estructura de la organización es un tipo de arte tan delicado como imprescindible para la salud interna de una corriente.
Pero las cosas cambian un poco de figura cuando se habla de la composición general del grupo. Una organización que pretenda cumplir algún papel en la historia necesita ser, en promedio, una organización joven. El envejecimiento generalizado de una corriente, la permanencia de un mismo equipo de dirección durante largos años al frente del aparato partidario, la desaparición del papel de la juventud en la estructura del colectivo, una débil actuación en el movimiento estudiantil y juvenil son síntomas que deben preocupar.
No se trata de un deseo interno, sino de una necesidad de la lucha. Difícilmente podemos encontrar algún movimiento histórico importante que no haya tenido a la juventud como protagonista: desde la Revolución Rusa hasta las actuales protestas de la Generación Z (aún no estudiadas por la izquierda), pasando por la Revolución Cubana, la Revolución de los Claveles, el Mayo del 68, la resistencia contra las dictaduras en América Latina, las protestas de los últimos años en la región y el mundo, las luchas de solidaridad en defensa del pueblo palestino y muchas otras.
En el mundo actual, en que se profundiza el abismo generacional debido al acelerado avance de la tecnología y a la precarización y «plataformización» de la vida, esta cuestión asume dimensiones dramáticas. Una organización que no logre atraer a la juventud (no solo la estudiantil, sino también la periférica, la de los movimientos culturales, la de la clase trabajadora, la de las clases medias intelectualizadas) simplemente no tiene futuro. El vicio del «presentismo» es tanto la ignorancia del pasado como el olvido del inevitable porvenir. La extrema derecha está muy por delante de la izquierda en el manejo de las redes sociales y del lenguaje digital. Nuestros ensayos han sido tímidos. La renovación de la dirección fascista también es una realidad, con figuras emergentes, organizaciones relativamente jóvenes y miles de influencers esparcidos por todas las plataformas y explorando todo tipo de formato. La idea de que el fascismo es un movimiento de viejos acomodados es extremadamente equivocada. Tal vez haya sido así hace algunos años. Ya no lo es. Es imprescindible conectarse con la juventud. No cabe aquí el viejo consuelo de que el movimiento estudiantil es tradicionalmente de izquierda y por lo tanto constituye un espacio naturalmente nuestro. Esa realidad ya está cambiando. Lo que hoy son incursiones puntuales de provocadores en las universidades públicas mañana puede convertirse en trabajo estructural del fascismo. Si eso sucede, las cosas se pondrán mucho más difíciles para nosotros.
La juventud es un dinamizador de las luchas
La juventud no es una clase social ni un sector política o ideológicamente diferenciado. Hay jóvenes ricos y pobres, revolucionarios y reaccionarios. La juventud es solo un período de la vida. Pero la vida humana tiene una cierta mecánica más o menos previsible en cualquier cultura. Por eso, en todas las sociedades, la juventud es siempre el sector más dinámico. El propio análisis económico y social de fondo debe tener en cuenta el peso de la juventud. Es sabido que los países más viejos pierden dinamismo económico, cultural, político y militar. En cambio, los países más jóvenes disfrutan del llamado «bono demográfico», cuando la población activa es mayor que la población inactiva (niños y ancianos), lo que crea una importante ventana de oportunidades para el crecimiento y la innovación.
Este hecho debe orientar también la actuación de las organizaciones socialistas. Los análisis políticos deben considerar el humor de la juventud, su condición estructural, su situación laboral, el problema de la educación y del movimiento estudiantil, las nuevas tendencias culturales del mundo analógico y digital.
Se trata aquí de comprender realmente la dinámica política de la juventud, el papel más profundo de ese grupo etario en la propia historia del país. Y estar atentos a los signos de crisis e insatisfacción de ese sector de la población. Ser joven tiene consecuencias programáticas.
Una organización política que no realice trabajo ideológico tendrá mucha dificultad para conectarse con la juventud. Cuando se tienen 16, 20 o 24 años, las ideas importan más que cuando se tienen 40 o 50. Con frecuencia, ellas determinan los proyectos de vida, las elecciones profesionales y personales de esas nuevas generaciones. Basta recordar la importancia que las ideas tuvieron para nosotros, miembros de las generaciones más viejas. Empezamos a militar en alguna lucha concreta, alguna huelga, alguna movilización. Pero no elegimos cualquier organización. Optamos por aquella que mejor representaba nuestro deseo de cambiar el mundo. Nuestra elección se basó en ideas. Una organización que sustituya la política concreta por la propaganda abstracta está condenada a la marginalidad. Pero una corriente que no hable de comunismo, revolución, alienación, capitalismo y de cómo construir una nueva sociedad no merece llamarse socialista.
Mientras leemos este artículo, ¿cuántos jóvenes estarán buscando en ChatGPT cuál es la organización más revolucionaria, más socialista y más radical? Por eso, hacer lucha ideológica en el siglo XXI es tener presencia en las redes, promover debates, participar en lives, producir videos. No bastan los viejos encuentros presenciales. Siempre serán importantes, pero ya no satisfacen nuestras necesidades. Se necesita no solo un perfil político y organizativo, sino ideológico.
La juventud quiere enfrentarse al mundo
Las posiciones sindicales, los despachos parlamentarios, la «institucionalidad» (vida cotidiana ordenada) del movimiento de masas son muy importantes. Ayudan a dar un sentido de continuidad, estabilidad y fuerza a la lucha. Son instrumentos poderosísimos, sobre todo en tiempos de retroceso y avance del fascismo. Pero una organización que se limite a esa institucionalidad tendrá enormes problemas para conectarse con los sectores más combativos, más valientes de la juventud. Es necesario combinar distintos terrenos de lucha. Quien reivindica para sí la designación de revolucionario debe estar en la primera línea del enfrentamiento extrainstitucional. No necesitamos inventar nada, ningún foco ejemplar. La lucha de clases ya está llena de conflictos callejeros, acción directa, resistencia activa. Basta con ser parte de ellos. Y no solo estar presentes, sino ser el sector más consciente, proponer no solo tácticas de lucha, sino salidas estratégicas.
La juventud es antropofágica
Existe un cierto sentido común bastante difundido según el cual «¡La juventud no lee!», «¡La juventud no estudia!». Sería necesario acceder a estadísticas serias al respecto para formarse una opinión. Sin embargo, por la forma en que ese asunto suele surgir, parece mucho más una ideología justificativa de la dificultad, por parte de los mayores, de establecer un diálogo intergeneracional. La juventud vive en las redes, es verdad. Lee menos que nuestra generación —también parece verdad—. Pero está absorbiendo el mundo, devorando ideas, nutriéndose de todo lo bueno y lo malo que circula en las redes, exactamente como nosotros lo hicimos en nuestra época. La juventud mira toneladas de cursos, conferencias, clases en línea, pequeños videos, carruseles, stories. ¡Quiere saber, y mucho! Pero lo hace a su manera, a la manera de su generación. Somos nosotros, los mayores, quienes miramos esta nueva forma de devorar el mundo con cierta arrogancia y muchas veces dejamos de dialogar. La juventud está en el apogeo de su curiosidad intelectual. Es necesario aprovechar esa estrecha ventana. Son pocos los individuos en los que ella no se cierra después, allá por los 40 o 50 años.
La juventud quiere más que política
«No solo de política vive el hombre», escribió Trotsky en su famoso artículo de 1923 publicado en la colección Cuestiones del modo de vida. En ese texto magistral, el organizador del Ejército Rojo defendía la necesidad de que el partido bolchevique se conectara con las masas a través de otros canales además de la política pura: cine, cultura, fiestas populares, clubes de alfabetización, incluso la secularización y resignificación de los rituales religiosos. Todo valía en la lucha por conectar con una población interesada no solo en las cuestiones estatales, sino sobre todo en la propia vida humana. La revolución socialista era un despertar total del individuo, y era necesario tenerlo en cuenta.
Lo mismo sucede con la juventud, que también puede ser vista desde el punto de vista de la consolidación de la personalidad, del establecimiento de los gustos personales, del autodescubrimiento y del desarrollo psíquico. Por eso, una organización que desee conectarse con la juventud necesita ofrecerle más que política. No se trata de crear nuevas pequeñas sectas destinadas a suplir todas las necesidades de conexión. No. La organización política no sustituye el mundo real. Pero es necesario que existan, dentro de la corriente juvenil, espacios de expresión y promoción artística, literaria, de ocio, de estudios más allá de la política, incluso de deporte y salud. «Nada de lo humano me es ajeno», habría dicho el dramaturgo romano Terencio en el siglo II a.C., y lo repitió Marx en una carta a su padre en 1837, en su fase bohemia y lírica. Y eso es muy sintomático. El hombre que escribió El capital pasó su juventud bebiendo cerveza en las tabernas alemanas y escribiendo poemas para su amada Jenny. Debemos orientarnos por esa vía: una juventud que no sea solo política, sino que ofrezca a sus miembros y simpatizantes un sentido de pertenencia más amplio. La Iglesia sabe aprovechar esto muy bien y ofrece a sus fieles mucho más que religión. Nosotros debemos hacer lo mismo.
La juventud quiere y tiene derecho a espacio
No es raro que en el interior de las organizaciones socialistas la juventud sea considerada un «sector» como cualquier otro, cuando debería constituir el objetivo general de la corriente en términos de construcción. ¿Cuántos dirigentes de la vieja generación están dedicados al apoyo de la juventud? No se trata de colocar artificialmente adultos de 30 o 40 años a recorrer aulas convocando reuniones de centros de estudiantes, sino de brindar apoyo político, ideológico y organizativo a los cuadros que están al frente de las tareas. No basta con integrar representantes de la juventud en los organismos de dirección. Eso es solo el primer paso. Es necesario promover su formación, realizar cursos, campamentos, discutir los documentos de juventud en la máxima dirección de la corriente. Es preciso que una parte significativa del presupuesto de las organizaciones se destine al trabajo con la juventud. El cuidado con las profesionalizaciones demasiado largas de jóvenes que aún no han ingresado al mercado de trabajo es válido e importante, pero no anula la necesidad de un alto grado de inversión. En este terreno, tenemos importantes experiencias que pueden enseñarnos mucho. Es necesario conocerlas y debatirlas.
El futuro les pertenece
El gran historiador Pierre Broué describió la construcción del partido bolchevique como una sucesión de olas generacionales que comenzaron a ingresar en la fracción leninista desde finales del siglo XIX hasta 1917. En todas esas olas, la juventud fue la vanguardia. Y en relación con todas ellas, Lenin siempre fue el decano: «Por eso, la inmensa autoridad que posee sobre sus compañeros no es la de un sacerdote ni la de un oficial, sino la de un pedagogo o camarada, de un profesor y de un veterano —muchos lo llaman “El Viejo”—, cuya integridad e inteligencia se admiran y cuyos conocimientos y experiencias son muy estimados». Pero el propio Lenin tuvo en su tiempo la oportunidad de trabajar con los monstruos sagrados de la socialdemocracia europea: Plejánov, Axelrod, Vera Zasúlich y Potrésov durante el período londinense del Iskra, en los primeros años del siglo XX. La revolución más profunda de la historia fue un encuentro y una síntesis de generaciones.
De la misma forma, la revolución latinoamericana es inconcebible sin el protagonismo de la juventud, por el simple hecho de que ninguna revolución ha sido posible sin jóvenes. Los socialistas deben encarar el reclutamiento de la juventud como una tarea de vida o muerte, estratégica en todos los sentidos, no solo para una u otra organización concreta, sino para el propio país. El futuro siempre les ha pertenecido y siempre les pertenecerá. Y ellos harán de ese futuro lo que bien les plazca. Nos corresponde a nosotros abrir espacio. Al final de cuentas, la función principal de una generación es ser el puente hacia la generación siguiente. En eso consiste el mecanismo fundamental de la propia vida.
@henriquecanary