El Todopoderoso

Todopoderoso (2003) es una película que sigue la historia de Bruce Nolan (Jim Carrey), un reportero de televisión frustrado con su vida y su carrera. Después de un día particularmente malo, Bruce culpa a Dios por sus problemas. Sorprendentemente, Dios (Morgan Freeman) decide otorgarle a Bruce todos sus poderes divinos para que experimente lo que significa ser todopoderoso. A través de esta experiencia, Bruce aprende valiosas lecciones sobre responsabilidad, gratitud y el verdadero significado de la vida.

Ver a Trump ejerciendo la presidencia de Estados Unidos evoca un poco esa típica comedia norteamericana, solo que con dos agravantes: no es ficción, sino realidad, y tampoco es comedia, sino tragedia. El punto de encuentro: un poder desbordado en manos de quien parecería no comprenderlo y no entender la responsabilidad que encarna detentarlo. Y sí, sé de mi insolencia desmedida de simple mortal: afirmar que el hombre más poderoso del mundo no sabe manejar el poder.    

Pero el punto aquí no es saber manejarlo, sino hacerlo con la responsabilidad que tal encargo supone. En la reciente filtración de las conversaciones del círculo más cercano a Trump en un chat de la aplicación Signal quedó en evidencia el desdeño que tan poderoso grupo tiene por la vida humana, un rasgo que no debería sorprendernos. Además, se supone que la Constitución norteamericana establece que esos ataques no los puede ordenar el presidente, sino el Congreso. ¿Todopoderoso? Lo que sorprende particularmente de Trump es que, en tanto magnate millonario, arriesgue la economía mundial del modo que lo hacen, “jugando” a los aranceles. A menos, por supuesto, que se trate de una coartada en la que él y sus secuaces salgan ganando, incluso si el resto del mundo pierde.

Ad portas del centenario de La Gran Depresión (1929) y con las lecciones que se supone esta dejó, Trump parecería estar forzando un episodio parecido en la economía mundial.

El pasado 8 de abril, durante una reunión del comité republicano, Trump sorprendió al mundo con una ordinariez de aquellas a las que casi nos logra acostumbrar el finado Rodolfo Hernández, cuando dijo que los países del mundo le estaban “besando el culo” y diciéndole que estaban dispuestos a lo que fuera con tal de negociar los aranceles. Que Trump es narcisista y megalómano no es un secreto para nadie, pero no es un tipo que suela tener estas salidas en falso. Un día después, ordenó una “pausa” de 90 días para la aplicación de los aranceles a los países que no habían tomado represalias. Las bolsas cayeron, y unos días después, el 13, la senadora demócrata Elizabeth Warren prendió las alarmas por lo que, con toda la razón, sospecha que podría ser una manipulación bursátil: Trump estaría causando pánico económico para provocar la caída de las acciones en bolsa para favorecer los intereses de ciertos blue chips o grandes jugadores (lo que en el mundo de las criptomonedas se conoce como “ballenas”). Es aritmética elemental comprar a la baja para después vender al alza, la lógica que mueve a cualquier corredor de bolsa, pero esa simple acción, que para un corredor no es más que hacer la tarea, le queda muy mal a un presidente, y mucho más a aquel que tiene el poder suficiente como para hacer temblar los mercados, y que no es precisamente el de Papúa Nueva Guinea o Surinam.

Mientras sus amigos llenan sus arcas con negocios de oportunidad  (o las vacían, pues el valor en bolsa de gigantes como Tesla, Apple y Amazon ha caído considerablemente por las decisiones de Trump), Estados Unidos pierde negocios importantes. China, por ejemplo, el único que se le mide en igualdad de condiciones, no dudó un instante en voltear sus ojos hacia Australia con el fin de suplir sus necesidades de gas licuado, un insumo que le venía comprando a Estados Unidos pero que, con la alharaca de los aranceles, ahora decidió comprar en la tienda vecina. Con esa decisión, EE. UU. vio cómo se perdieron miles de millones de dólares.

Trump va y viene en sus decisiones, que no solo disparan el pánico en el mundo, sino que no dejan de recordar al perrito del video viral, ese que mientras está en las piernas de su dueño le ladra con vehemencia al perro más grande, pero cuando lo pasan al lado de este se le acaba la valentía. Mientras tanto nadie hace nada, excepto China: ni la Organización Mundial de Comercio, ni el Congreso de los EE.UU. ni la Unión Europea.  

Las eufemísticamente llamadas economías emergentes, como la nuestra, son invitadas de tercera a este espectáculo. Y aunque podrían llevar la peor parte, también es posible que sepan nadar en este río revuelto y encontrar nuevas oportunidades comerciales, sobre todo mirando al este: Rusia, China, incluso Irán… eso que algunos llaman “el eje del mal”. Mientras tanto, es posible que Colombia encuentre nuevas oportunidades comerciales en la diversificación de mercado a la que obliga esta guerra comercial y arancelaria, y para ello es una fortuna tener en ejercicio al presidente menos proamericano de todos los tiempos.  Y también mientras tanto tendremos que seguir viendo en el país del norte a un presidente que se cree todopoderoso, y callados a los políticos criollos proTrump, esos que tanta fiesta le hicieron. Ojalá la historia no dé la oportunidad de tomar una buena lección.  

@cuatrolenguas