El declive de la ‘Intelligencia’ colombiana

Por YEZID ARTETA*

“Hace 250 años los profesores en la Universidad de Humboldt eran Hegel, Schopenhauer, Fichte… estaban los genios. Ahora están Meyer y Muller (Mengano y Fulano en alemán)… los catedráticos son vendedores y los estudiantes clientes que evalúan a los profesores: es el colapso de la cultura”. Este comentario lo hizo Byung-Chul Han, el reputado filósofo coreano, poco antes de recibir en la ciudad de Oviedo, España, el premio Princesa de Asturias 2025 en Comunicación y Humanidades. Decir esto sobre una universidad que alojó en sus aulas a veintinueve premios Nobel, filósofos como Feuerbach, Marx, Engels, Walter Benjamin y físicos como Einstein y Planck, lleva a rascarnos la cabeza mientras miramos el inquietante paisaje de la educación superior colombiana.

Recuerdo, Viejo Topo, los años de pandemia en los que pasaba largas horas leyendo, cocinando y aguardando. Aguardando a mi pareja de entonces —anestesióloga pediátrica—que salía por la mañana a ocuparse de las personas que agonizaban en la UCI del hospital Vall d’ Hebron de Barcelona. Un día podía ir y no volver a casa. La peste se llevó por delante a varios de sus colegas sanitarios. Vivíamos en una especie de contingencia incierta. Los medios electrónicos globales citaban a filósofos y literatos buscando respuestas al vacío existencial que reinaba en la Tierra. Indagaban a pensadores del planeta sobre el sentido de la vida. Lo raro era que ningún colombiano era citado. La Intelligencia del país, enrollada en su vanidad y pesimismo, desapareció, se volvió un segmento social irrelevante para la ciencia y el pensamiento universal. 

¿Qué pasó, Viejo Topo? ¿Dónde está la Intelligencia colombiana? ¿Qué se hizo? ¿Cuáles son las razones para que el quehacer intelectual colombiano fuera reemplazado por la politiquería y la vagancia? ¿Por qué Colombia produce extraordinarios músicos y cocineros globales, pero no hay quien se destaque universalmente en las ciencias y el pensamiento?  ¿Por qué salen ingeniosos bandidos de las barriadas marginales y geniales estafadores de las clases altas, pero ningún científico de renombre? ¿Por qué tenemos gente llena de títulos, pero sin obras que trasciendan? ¿Quiénes están tomando el relevo, por ejemplo, de Orlando Fals Borda, Rodolfo Llinás Riascos o Estanislao Zuleta? ¿Qué está pasando, Viejo Topo?

“Colombia no será nada nada hasta que no eduque a su gente”, sentenció el acreditado neurofisiólogo Rodolfo Llinás en un simposio realizado en Bogotá. “La despiadada embestida paramilitar contra las universidades anuló al pensamiento crítico”, dijo una profesora colombiana durante un encuentro de exiliados en Lausanne, Suiza. “La política colombiana ha estado dominada por el cinismo capitalino y la ignorancia de las regiones”, me comentó un artista plástico de padre cachaco y madre costeña, mientras lanzaba un tarro de pintura contra una pared. Son, Viejo Topo, tres opiniones razonables. Seguro que hay más, pero quedémonos con éstas. Vayamos a la Universidad del Atlántico que lleva años metida en un verguero.   

La Universidad del Atlántico es una sinopsis de manual acerca de la notoria crisis por la que atraviesa la educación superior en Colombia. Entre los años 1997 y 2008 el paramilitarismo asesinó a siete de sus profesores y diecinueve estudiantes a los que consideraba críticos al establecimiento. Pudieron ser más, si otro tanto no hubiera abandonado el alma mater y saliera del país para salvar el pellejo. El miedo sometió a la Intelligencia. Desde entonces la Uniatlántico pasó a manos de una partida de ignorantes, individuos sin escrúpulos que sólo ven en los profesores y estudiantes mera materia prima para sus experimentos electorales. La universidad se volvió, como la Procuraduría o la Contraloría, una bolsa de empleos, de la que no sale nada bueno. La calidad de la enseñanza le vale un comino a la actual dirigencia política del departamento del Atlántico. 

La politiquería se tomó a las universidades de Colombia. Las elecciones a los organismos de poder universitario son una vergüenza: se negocian votos con la misma naturalidad con la que se regatea el precio de un racimo de plátanos en Corabastos o media de aguardiente en un estanquillo de medio pelo. Está ocurriendo en la Universidad Nacional de Colombia, la Distrital de Bogotá, la Universidad de Antioquia y un largo etcétera de instituciones públicas. El sistema de educación de Colombia esta erosionado por dentro. Hasta el mítico “movimiento estudiantil”, que en el pasado derrocó dictaduras y movilizó a millares de colombianos en favor de la democracia, hoy día no es más que una caricatura integrada por cuatro pelagatos que, día de por medio, salen a jugar a ‘ladrones y policías’ en las avenidas. La educación pública colombiana urge de una intervención radical por parte del Estado. No hay otra. 

Apunte: El reporte ‘Frankenstein’ presentado por el canal Caracol el pasado domingo es una chapucería contra los esfuerzos de paz. Juntar, como en el relato de Mary Shelley, pedazos de noticias para crear un monstruo, tiene un propósito que vale la pena escudriñar. Un ‘reportaje’ sin ilación (con i), cuyas piezas no guardan relación entre sí, empero cumplen la función de echar mierda a todos lados. Caracol televisión creó un esperpento en un laboratorio, como lo hizo el personaje de Guillermo del Toro en la sobresaliente Frankenstein, película que recomiendo a ojo cerrado. 

Recomendación: Los grandes crímenes contra la humanidad no salen de la nada. Son preparados racionalmente por burócratas educados que acuden con regularidad a la manicurista para que les corten las uñas. El filme La Conferencia dirigido por el cineasta alemán Matti Geschonneck va de esto. Puedes verlo doblado al castellano en este link.

@Yezid_Ar_D

* Tomado de la revista Cambio Colombia

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