Un colega me ha hecho caer en cuenta de lo siguiente: las de ayer no fueron marchas de apoyo, sino la asistencia a un sepelio. Y tiene toda la razón. Ha sido tan estruendoso el fracaso de las marchas para apoyar al delincuente Álvaro Uribe, que el sentido inicial de la convocatoria varió para mostrar su verdadero significado, no el que sus seguidores quisieron darle, sino el que la evidencia dejó en manifiesto: la muerte del uribismo como posibilidad política.
Ni las presiones de empleadores (hay audios de empresas en Medellín y videos de congresistas uribistas amenazando con despidos si no iban a marchar), ni las de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), ni los 15 mil pesos que en algunos lados estaban dando para participar (hay video en redes que lo confirman), sirvieron para llenar las plazas del país y desbordar calles y avenidas como se lo habían propuesto y, como engañosamente, quieren hacer ver los medios corporativos. Fue tan estruendoso el fracaso, que a los seguidores del delincuente no les quedó otra alternativa que recurrir a viejas fotografías del paro nacional de 2021, y a montajes digitales, para acercarse con autoengaños a su deseo.
Insisten en recurrir a esos trucos cuando hoy, una simple comprobación con IA o Grok los deja en evidencia, tal como sucedió. Pero quizá el mayor estruendo sea en lo discursivo. Una vez más el uribismo demostró su absoluta falta de ideas políticas, su apego y abuso a la imagen deteriorada de un Mesías, ahora delincuente y condenado, su propensión a la violencia (en redes hay muchos ejemplos de agresiones a periodistas independientes e, incluso, en Cali lo más llamativo de la marcha fue la pelea a puños entre varios de los marchantes), su clasismo, su falta absoluta de información, su simpleza al reducir todo a «plomo y más plomo» y al grito superficial de «¡fuera Petro!». Para ellos todo es culpa de Petro, incluso el proceso que tiene hoy a Uribe como culpable. No es raro que así lo crean, acostumbrados como están a la política del Mesías: si todo lo bueno es gracias a Uribe-Dios, es lógico que crean en una contraparte como epicentro del Mal.
Todo este discurso se concentró en las marchas (y me temo que seguirá así en la carrera política) en las figuras de Tomás y Jerónimo, los retoños malcriados del Ubérrimo señor. Este par de muchachos sin ninguna preparación política, más allá de la herencia discursiva del padre furibundo, dijeron de todo sin decir nada: creen que Colombia es una prolongación de su finca, que la Justicia es un caballo de paso fino al servicio de sus intereses, y una vez más, con una simpleza bárbara, redujeron todo a la Gran-Conspiración-Castro-Chavista-Farc de Petro.
Como quien dice, los hijos del reo fueron los encargados del réquiem al movimiento político de su padre. Así que aunque se mantengan seguidores, estos sólo serán rastrojos de lo que alguna vez fueron como movimiento. El uribismo no se ha dado cuenta de que el mundo y Colombia han cambiado. Hoy, ante una política de plomo, se antepone una política del amor y la vida, que ve en la ternura una forma de resistencia. El mundo hoy desprecia la política tipo Bolsonaro, tipo Trump, tipo Milei (que consulta con sus perros muertos sus decisiones de Estado), tipo Uribe, desprecia la política del supremacismo, del clasismo, de la motosierra y el todo vale. Nos cansamos de eso.
En 1952, Jorge Zalamea publicó El Gran Burundún-Burundá ha muerto, una sátira política sobre los cortejos fúnebres de un dictador imaginario, con guiños al déspota Laureano Gómez. En diciembre de 1993, una multitud afligida y desconsolada acompañó el ataúd de Pablo Escobar hasta el cementerio de Itagüí. Ayer, 7 de agosto de 2025, desde la inmensidad insondable de sus tierras sembradas de huesos, Álvaro Uribe Vélez, el Pablo Burundún-Escobar-Burundá de nuestro tiempo, asistió desde las pantallas de un televisor a su propio entierro.
(PD: A los interesados les dejo un link al PDF del libro de Zalamea, obra fundamental de la literatura colombiana que, quizá, pueda ayudarnos a entender estos tiempos).