Por RUBÉN DARÍO CÁRDENAS*
Nos tocó una época donde las normas no eran negociables; teníamos claro que estaban allí para cuidarnos. Con el paso del tiempo “aprendimos” a ir corriendo la cerca de los referentes éticos y, de repente, hemos perdido el faro; se imponen los discursos mediáticos y lo que un día puede ser presentado como una verdad, al día siguiente puede ser desenmascarado como un burdo montaje. ¿En qué momento consentimos que lo ético dejara de trazar el rumbo de la convivencia humana?
Ha sido lento el deterioro, del cual hemos participado, directa o indirectamente y, por tornarse repetitivo, lo hemos normalizado; esto es lo más grave. En la escuela, lo primero era ganar las materias “importantes”, la clase de ética era considerada un relleno. Luego llegó el dinero del narcotráfico y trastocó la sociedad entera. Los padres dejaron de ser el ejemplo, ahora el traqueto es el héroe y el príncipe azul de nuestras chicas, los jóvenes sueñan con ser “un patrón” o, en su defecto sicarios o lavaperros. Los políticos han aportado con creces a este escenario de descomposición. El clientelismo y las repartijas burocráticas son la moneda de ascenso y movilidad social. Modus operandi que se coló en nuestro ordenamiento institucional haciendo metástasis.
Con pasmo o indiferencia, por ignorancia o conveniencia, la sociedad civil ha visto a políticos, incluso de izquierda (son los peores porque matan la esperanza), todos alegres detrás de la bolsa, saltando la cerca y asaltando el erario. Nadie se salva. Lo único que se ha descentralizado bien en Colombia es la corrupción, las transferencias del sistema SGPT a las ETC (Entidades Territoriales Certificadas), al igual que las regalías convertidas ahora en Caja Menor. Las administraciones regionales “deben robar” lo suficiente para mantener sus alfiles en el poder. En mi pueblo, por ejemplo, solo gana las elecciones quien consigue la plata para comprar los votos, pagar la publicidad, comprar las lechonas y pagar el banderazo a la Registraduría, así se cierra felizmente el círculo vicioso. Esto es lamentable. Lo ético no es negociable ni relativo y el respeto por los otros y por la vida no admite excusas ideológicas.
¿Qué podemos esperar si los llamados a aplicar justicia también están permeados por el afán de poder y enriquecimiento personal? Es extremadamente grave lo que nos pasa. Resulta bastante difícil ser una manzana sana en un costal de manzanas podridas: el sistema está hecho para que te unas a la podriciña. “Como es arriba es abajo”, por ello muchos coterráneos replican actitudes de intolerancia, de camorrismo callejero, de rechazo al diferente, de silencio cómplice frente al machismo, al feminicidio. Sobrevivimos en un clima crispado de desconfianza y de miedo hacia los otros. La aporofobia es síntoma de una insensibilidad que rompe el tejido social y a la cual nos acostumbramos.
Lo ético, como el lenguaje, se hereda y es educable, como lo plantea Joan-Carles Mélich: “Quiere decir que al llegar un niño o una niña al mundo heredan una gramática… Los cuatro elementos fundamentales de esa gramática son: signos, símbolos, normas y gestos. Lo que sucede es que precisamente porque los heredamos, yo diría que, de forma inconsciente, quedan inscritos en nuestros cuerpos, quedan incorporados de forma que uno no se da cuenta de que posee esa gramática, pero la tiene.” Como todas las provisiones esenciales para la vida, las actitudes y los valores éticos se arraigan en la casa y en la escuela. Son ellas las que enseñan a los recién llegados al mundo que nacemos vulnerables y dependientes, que necesitamos inevitablemente de los demás para vivir. Adela Cortina lo precisa: “Cuidar de los que nos rodean es una obligación moral que demuestra cuán interdependientes somos, y la existencia del cuidado es un hecho que destroza desde hace mucho tiempo la leyenda del individualismo egoísta”, la disposición para extender el apoyo más allá del parentesco es lo que nos permite crear confianza con los extraños y ser una sociedad solidaria.
La apuesta de quienes aspiren a ganar las elecciones en el próximo cuatrienio debe ser restablecer el sentido de la ética como columna vertebral de cualquier ejercicio político o comunitario. Romper con el estereotipo de la felicidad, vendida por el capitalismo neoliberal centrada en la acumulación de dinero, de fama y de éxito. En su lugar, sacralizar la vida y convertir en soportes de la familia y la escuela: la ética de la responsabilidad, del cuidado mutuo, de la compasión, de la solidaridad y, ante todo, de la justicia. Exhibir el mundo natural con la actitud, curiosidad y reverencia con que se hace una visita a un museo vivo en el que se contempla la orquesta de los elementos en su armonía milenaria.
Los hachazos indolentes a la selva amazónica, el mercurio envenenando el agua vital, la extinción de especies irrepetibles son un campanazo de alerta para los docentes, quienes somos los llamados a encumbrar un sentimiento de devoción frente al portento de la vida en la tierra; es nuestra tarea conmover el intelecto de nuestros estudiantes, y llevarlos a descubrir las insólitas relaciones y la armonía de los ecosistemas, antes que a empobrecerla y oscurecerla desmembrándola en sus elementos y partes. Educar no es otra cosa que contagiar una actitud ante la vida, es descubrir en la fragilidad del cosmos esos delgados hilos que nos permiten amar y entender lo realmente importante: ver en los otros, en los proyectos realizados en común, el milagro de la existencia. Es necesario plantear un camino distinto al paradigma actual, la competencia y el consumismo han volcado la mirada fuera del ser. Estamos a tiempo, como apunta Leonardo Boff, de recuperar esa dimensión espiritual que nos hace sentir hermanos: “El cuidado presupone una relación amigable y afectuosa con la realidad, una mano tendida para la solidaridad, no el puño cerrado para la competición. En el centro del cuidado está la vida.”
La indiferencia es una forma de evadir lo que nos compete a todos. Permanecer callados frente a una mentira, un acto de corrupción, un acto de injusticia, una acción que daña a los otros, son omisiones que legitiman la cultura del atajo y de la trampa que nos han ido arrinconando. Cuestionar desde la ética a nuestra familia, líderes y amigos es tener la valentía de no tragar entero y tomar el prisma de la justicia y la verdad. Si un familiar es cogido en flagrancia por un delito, ¿te enfrentas a los afectados, tratas de minimizar la gravedad de lo que ha hecho o intentas “tranzar” a las autoridades para que lo dejen libre? ¿Hasta dónde llega nuestro listón ético?
¿Hoy, quién se inmuta frente a un hecho ruin o execrable? ¿Te sientes representado y darías tu voto por un candidato corrupto o cuestionado por actos Delictivos ? No es fácil lidiar con los dilemas éticos, son pan de cada día, pero tomar decisiones sensatas es una manera de apartarse de quienes fácilmente se pliegan a actitudes deshonestas.
¿Estamos dispuestos a ser parte del saco de las manzanas sanas? Lo bueno —como lo malo— se contagia. En nuestras manos está hacer el cambio por una ética del cuidado, que rescate los principios y valores morales.
* Rubén Darío Cárdenas nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca, es un referente en Colombia y el mundo.