Convirtieron el disenso en declaración de guerra

El locutor/periodista abre el micrófono para que decenas o centenares de personas se desahoguen y digan lo que quieran, sin ninguna restricción, en vivo y en directo, frente a la pregunta que les proponen. Los defensores de este tipo de comunicación señalan que es inclusiva e interactiva, que permite que la gente exprese sus conceptos sobre los más diversos temas, casi todos ellos relacionados con la política y el sector público.

Las respuestas esencialmente están llenas de rabia y odio, lo que es la representación de lo que se lee, ve y escucha en los medios de comunicación y en las redes sociales. En general la gente que participa en estos programas sirve de amplificador de lo que dicen sus personajes más admirados. Casi nunca hay opiniones serenas y autónomas.

Y lo que dicen los personajes, por lo regular, está mediado por un lenguaje retador, que confunde la controversia con la pelea, lo que conlleva a la emisión de frases desapacibles, donde se pierde el contexto y se abren paso la especulación y las mentiras.

Nos hemos acostumbrado a que el disenso ideológico y político sea interpretado como una declaración de guerra, cuando esencialmente el disentimiento representa la esencia misma de la democracia, donde se debe dar, por principio, una conversación inteligente entre contrarios.

Desafortunadamente se han creado y consolidado una serie de agrupaciones que actúan como sectas, más que como organizaciones políticas, y en su credo han definido que la controversia es enemiga de sus preceptos y prefieren adherir a aquellos discursos que reivindican y fortalecen sus propios intereses.

Y cuando el cuestionamiento a lo que se considera la verdad absoluta, promovida por sus líderes, considerados mesías, capaces de dirigir a su rebaño y redimir cualquier situación que parezca insalvable, entonces la reacción es violenta, que puede pasar en fracciones de segundo del lenguaje feroz y procaz a la agresión física.

Por esta clase de comportamientos, es que hay millones de familias que se han destruido o, por lo menos, desunido. Entre ellas ya no es posible tener una conversación civilizada, porque la argumentación más sólida es descalificada ipso facto con argumentos prefabricados, copiados de los mensajes de los líderes.

En el debate público, las mentiras se convirtieron en estrategias poderosas para destruir a los contrarios. Las noticias falsas, los videos manipulados, el insulto reiterado y el rumor incentivado a través de los medios, son el combustible que ayuda a poner en marcha unas maquinarias que están destruyendo, irremediablemente, la democracia.

Como consecuencia de estas estrategias perversas, es que se transita hacia el magnicidio, considerado como la mejor manera de destruir al contrario, desterrar sus ideas, crear miedo, sembrar confusión e imponer una verdad.

Este camino reproduce la rabia, la decepción y las ansias de venganza, y las consecuencias se materializan en más violencia, más desazón, más atentados, más muertes y, en conclusión, menos democracia.

Nuestra mayor responsabilidad como ciudadanos es romper esta tendencia malévola, que ha hecho metástasis en la sociedad moderna.

@humbertotobon

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