Recordando a la exreina

Por PUNO ARDILA

No había leído su columna de hace un mes —me dijo el profesor Bernardino— que habla del juego de la entonces señorita Antioquia, que plantea el dilema de a quién dispararle una bala, si al uno o al otro, pero que es evidente que las dos posibles víctimas le caen mal a ella. Poner a alguien de sus afectos a escoger a quién dispararle un tiro entre dos blancos de sus desafectos está lejos de ser un juego.

Y, bueno, me toca hacerle toda una disertación: es buena y difícil su lectura, porque con ese texto se trata también de un juego, de un torneo de palabras que van y vienen.

Esa muchacha plantea un juego como si no tuviera consecuencias, y no asume la responsabilidad, ni hay evidencia de madurez, ni de mayoría de edad. Esa mujer, esa muchacha, que debe tener veintiséis años, cree que es una niña que está diciendo cosas que no tienen consecuencias y que las dice como por jugar. Pero ella es abogada (o cuando menos eso dice ella misma), así que lo menos que puede pensarse es que ella sabe las consecuencias de los actos; pero no las asume, sencillamente.

Resulta, entonces, que tenemos una sociedad cada vez más infantilizada, y cada vez más agresiva; es una cosa impresionante. De chiquitos, teníamos juegos de acertijos, que podían proponer ataques de palabras, pero no pasaba nada, simplemente porque entre nosotros, a pesar de la corta edad, se manejaba algún léxico. Así que es este el otro problema: la actual pobreza de léxico, que es también pobreza cognitiva. Hay gente inteligente –sí–, pero que no necesita inteligencia para nada, porque sus actos son primitivos, básicos, y no hay necesidad ni siquiera de jugar con palabras, sino que las personas se comunican solo con onomatopeyas: pum, pum; no tienen necesidad de hacer una oración completa. Si es por escrito, recurren a las imágenes y a los emojis.

Otra cosa, incluso clasista: Esa muchacha pertenece a una sociedad con marcas de estratos de privilegios; pero todos, actualmente, de estratos altos, medios y bajos, se encuentran y se entienden en un lenguaje de matones y mafiosos. Pueden ser tropeleros de calle. Entonces, se borran las distancias de clase en el momento de agredir y en el momento de nombrar. “¿Sí me entiende, parce? Mucha chimba, ¿no?”.

Así que sume, entonces, esas tres cosas: la irresponsabilidad, la inmadurez y la pobreza del léxico, y verá que llegamos a una sociedad muy compleja y al garete; y a eso añádale que esas distancias en grados sociales (que son la forma como se marca en la sociedad), en estos casos de manejo del lenguaje, se borran para matarse.

@PunoArdila

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