Por LEÓN VALENCIA – En alianza de Pares con El Unicornio
Me sorprende la fortaleza con la que estas dos mujeres están enfrentando sus líos familiares y el asedio de la prensa y la oposición. También me asombra la poca o ninguna solidaridad que se siente, tanto en esferas del gobierno como en la opinión pública, con ellas.
En los últimos días la presión sobre estas mujeres llegó a su punto más alto. Verónica fue incluida en la llamada Lista Clinton y en algún medio de comunicación de Suecia se ventiló su vida social en Estocolmo, y la prensa colombiana recogió con verdadera fruición los rumores y los convirtió en noticia. Adelina, por su parte, recibió el abierto maltrato de la magistrada Cristina Lombana en medio del allanamiento a su casa en Barranquilla.
Aguantan los denuestos y las burlas y las presiones que vienen de los críticos del gobierno; aguantan, sin salir a alimentar con su voz los escándalos que tejen día a día los medios sobre sus familias; pero sabemos, por lo poco que han dicho y por la distancia que toman de sus parejas, que de puertas para adentro no agachan la cabeza, no pasan por alto los abusos, se han rebelado y han luchado para poner freno a los desafueros de sus parejas.
No es fácil entender su actitud en tiempos donde las mujeres han dado un salto en su protagonismo y los movimientos feministas tienen un gran impacto social. Sacar al público las vicisitudes del matrimonio o los azarosos conflictos que lastran la intimidad, se ha vuelto moneda corriente. Los críticos saben esto y aumentan día a día la presión sobre ellas.
Pero también existe el pudor y el derecho a la intimidad y otras maneras de abordar los conflictos de largos amores, de prolongadas convivencias, de amistades forjadas en las dificultades, siempre existe una consideración de la madre por los hijos.
Alguna vez leí que María Antonieta, la heroína francesa, cuando la llevaban al cadalso, pidió un chal para cubrir su cuello que en unos minutos sería destrozado por la guillotina. Es una extraña lección de pudor.
Con el paso de los años he sabido que el recato es algo más que cuidar el cuerpo. Es, sobre todo, proteger la intimidad de nuestra vida. Ahora, con la revolución de las comunicaciones, es un reto harto difícil, sino imposible.
Verónica y Adelina están emparejadas con tipos muy difíciles, con personalidades tormentosas, montados en la presidencia y en el ministerio del interior, los dos primeros lugares de la vida pública de un país atravesado por odios y jugado a una enorme polarización política.
Y hay, ahora, otra dificultad para guardar la intimidad: el país entró de lleno en furor de las redes sociales, en la locura de los algoritmos y la inteligencia artificial, en el azaroso carnaval de las falsas noticias, las imágenes y los mensajes saltan endemoniados a las pantallas de los dispositivos electrónicos.
Petro y Benedetti nadan en esas corrientes a veces con astucia, a veces dando palos de ciego, están a su aire, se disculpan a veces, cuando se les va demasiado la mano; pero van encajando cada guante que les lanzan. Al parecer no les va tan mal, aún a estas alturas del gobierno, cuando sólo les restan meses para terminar el mandato, tienen buen registro en las encuestas y el Pacto Histórico, su proyecto político está al alza. Son demonios para sus contradictores, pero juegan de ángeles para sus seguidores.
La zurra está cayendo de manera inclemente sobre sus parejas y su familia, entran sin piedad en la intimidad, no les perdonan nada, sufren por partida doble, por los desafueros de sus maridos y porque, desde afuera, las tachan de tolerantes con los abusos de sus parejos; pero ellas están ahí capoteando el vendaval apelando al silencio. Adelina se atrevió a contar algo, sólo algo, de su angustia en entrevista a Semana, pero Verónica no ha querido contar nada de lo que le ha ocurrido en estos años de primera dama.
Y no es que les falte valor para salir a ventilar sus diferencias familiares y sus angustias. Las he visto en algunos eventos y he cruzado palabras con ellas. Son mujeres hermosas, inteligentes y con un carácter nada desdeñable. No creo que actúen por miedo o por sumisión. Creo que quieren proteger amores que duraron, hijos que aman y el papel político de sus conyugues. No sé si esto justo. Pero sé que es una opción escogida libremente por estas mujeres.
Ahora bien, no se me escapan las grandes diferencias entre ellas. Verónica Alcocer tiene una indiscutible vocación política y en los primeros tiempos del gobierno de Petro influyó decisivamente en los círculos de poder y dejó ver su deseo de lanzarse a la arena electoral. También, en no pocas ocasiones, le dio rienda suelta a su espontaneidad y a su alegría en eventos públicos que desataron no pocos comentarios entre los opinadores de oficio. Lo de Adelina ha sido distinto, se ha mantenido alejada de los escenarios públicos ejerciendo su papel de madre y sus labores en la esfera privada.
En medio de la irritación que ha causado la llegada de la izquierda a la presidencia de la república y de una especial degradación del debate político, estas dos mujeres han llevado la peor parte. La sociedad se siente con más derecho a entrar en sus vidas privadas, a decirles como deberían comportarse, muchas veces afrontan una fiscalización mayor que la de sus esposos. Me duele a mí que no soy su amigo y que muy poco tengo que ver con el gobierno y sus acciones. ¿Pero por qué ha suscitado tan poca reacción entre los más cercanos?
PD. Sea verdad o sea mentira, lo encontrado en el computador de alias Calarcá, es otro golpe de muerte para la política de paz total.