Desde la memoria y el amor, a los 40 años del asesinato de mi padre, Ricardo Lara Parada
Este 14 de noviembre de 2025 se cumplen 40 años desde el asesinato de mi padre, Ricardo Lara Parada, a manos del ELN.
Cuarenta años desde que la violencia quiso callar una voz que nunca perteneció solo a él, sino a todo un pueblo que soñaba con justicia social, dignidad y democracia real. Mi padre fue muchas cosas: cofundador del ELN, político, siendo el primer exguerrillero elegido por voto popular en la historia de Colombia, lector incansable, soñador y, sobre todo, un hombre que creyó en la palabra como herramienta de transformación.
Después de más de una década en la lucha armada, casi cinco años de cárcel y varios más compartiendo experiencias revolucionarias con Omar Torrijos en Panamá, con los sandinistas en Nicaragua y con Gadafi en Libia, Ricardo entendió que la revolución no podía seguir viniendo del fusil, sino del encuentro con la gente.
Por eso, cuando en 1982 Belisario Betancur ofreció la amnistía, mi padre decidió dar un paso histórico: dejar las armas y construir desde la legalidad.
Desde Barrancabermeja, ciudad obrera, petrolera y rebelde, fundó junto a hombres y mujeres del pueblo el Frente Amplio del Magdalena Medio (FAM), un movimiento profundamente democrático y popular que reunió a comunistas, liberales gaitanistas, conservadores sociales, socialdemócratas y gente sin partido, unida por un mismo propósito: romper el bipartidismo clientelista y corrupto que había gobernado Colombia durante siglos.
Ricardo hablaba de “unidad desde abajo”, de tejer con el pueblo y no sobre él. El FAM fue precisamente eso: una organización que nació del barrio popular, del sindicato, del aula, del río, de la calle. Su fuerza provenía de la participación y la consulta, de esa capacidad para escuchar y construir con los otros. Como dicen sus antiguos compañeros, el FAM personalizó la unión entre teoría y práctica, entre palabra y acción. Era una experiencia política viva que buscaba una transformación democrática desde las necesidades reales de la comunidad y desde la cultura local y regional.
En este sentido, hay que recordar cómo Ricardo y el FAM fueron semilla de lo que más tarde se consolidó en la Unión Patriótica (UP), junto a figuras como Leonardo Posada, quien fue elegido representante a la Cámara por Santander con el apoyo de la coalición UP-FAM, justo después del asesinato de mi padre. Otro dirigente del FAM fue elegido diputado a la Asamblea Departamental de Santander, pero —como tantas veces ocurre en nuestra historia—, Leonardo Posada también fue asesinado un año después por paramilitares.
Era evidente, como señalan los antiguos compañeros del FAM, como Jaime Corena, Sonia Nevado, Ciro Pinzón, Yadira, Julia, Tica y tantos otros, que “el núcleo antioligárquico basado en las ideas de Gaitán, de Camilo Torres, de las organizaciones socialistas, de Óscar William Calvo, del FAM, de la UP, de Toledo Plata y del M-19, se había convertido en una alternativa de cambio democrático que debía ser contenida con toda la violencia física y comunicacional”.
Así de clara fue siempre la amenaza contra lo que representaba la esperanza, porque el FAM que mi padre soñó junto al pueblo de Barrancabermeja fue más que un movimiento político: fue una escuela de democracia popular.
Desde las calles, desde el barrio, creció hacia el centro de la ciudad y luego se extendió por toda la región del Magdalena Medio, conectándose con otros procesos regionales de base y del conjunto del país como Inconformes de Nariño, Causa Común del Cesar, Firmes del Caquetá, entre otros.
Mi padre decía que había que construir “desde la periferia hacia el centro”, porque los cambios verdaderos brotan desde abajo. Así imaginaba él un Frente Amplio nacional, una izquierda emergente capaz de romper el bipartidismo y dar voz a las mayorías silenciadas.
Recuerdo que en casa, cuando hablaba del FAM, sus ojos brillaban. Decía que para entrar al movimiento había que haber leído Cien años de soledad.
No pedía conocer a Marx, Lenin, ni a Bakunin, sino a García Márquez. Decía que en Macondo estaba escrita la historia de Colombia: la desigualdad, la dignidad, la corrupción, el despojo y la esperanza.
Por eso, en su librería Macondo, se reunían obreros, maestras, campesinos y estudiantes a leer y pensar el país. Era su forma de enseñar política: a través de la palabra, la cultura y la ternura.
Por eso su asesinato dolió tanto.
Porque no solo me arrebataron a mi padre, sino que le quitaron al país la posibilidad de ver florecer un proyecto político profundamente humano, nacido del diálogo y no del dogma.
Lo mataron desde dentro, desde una dirigencia que no comprendió que la verdadera revolución debía hacerse desde la democracia y no desde el fusil. Y, sin embargo, cuarenta años después, su voz sigue resonando.
Hoy, con un presidente de izquierdas como Gustavo Petro —también exguerrillero, también elegido por voto popular—, vuelvo a escuchar el eco de sus ideas cuando se habla de un Frente Amplio por la Vida, la Paz y la Justicia Social.
Mi padre lo soñó antes, lo sembró en Barrancabermeja, y hoy esa semilla empieza a brotar de nuevo. Por ello, el mejor homenaje que podemos hacerle no es solo recordarlo, sino aprender de su ejemplo y seguir su legado.
Recuperar esa visión generosa y colectiva, esa humildad para escuchar, esa confianza en que los cambios verdaderos nacen desde el pueblo.
Él decía que había que construir “desde abajo y desde la izquierda, desde el brazo de la base”.
Y tenía razón: los pueblos no necesitan mesías, necesitan comunidad, palabra y organización.
Cuarenta años después, sigo caminando con su voz adentro.
Su historia no terminó con su muerte; se transformó en semilla, en memoria viva, en esperanza.
Porque cada vez que alguien en Colombia elige el diálogo sobre la violencia, la justicia sobre el odio, la unidad sobre la división, Ricardo Lara Parada vuelve a nacer.
El legado de mi padre no pertenece al pasado: es una tarea pendiente del presente.
Nos corresponde a nosotros —sus hijos, sus compañeros, las nuevas generaciones— recoger su ejemplo y volver a tejer, desde los barrios, desde las comunidades, desde la palabra, un Frente Amplio por la Paz y la Justicia Social.
Que su vida, su pensamiento y su entrega no sean solo memoria, sino semilla viva de una Colombia distinta, con la que él soñó y por la que dio su vida.
@RayodeLuna9