Breve entrevista de PUNO ARDILA con DAVID MARÍN, autor de Perdida en el fuego
A partir de una investigación exhaustiva y rigurosa sobre los hechos ocurridos en el Palacio de Justicia de Bogotá el 6 y el 7 de noviembre de 1985, cuando el grupo guerrillero M-19 se tomó el edificio y el Ejército respondió con una violenta retoma, en Perdida en el fuego David Marín ofrece un documento necesario y crudo, que busca restituir la memoria de los hechos para impedir que la sociedad colombiana siga caminando con indiferencia sobre esta herida histórica.
PA: Veo que el libro está escrito para todo público y es especialmente interesante su metodología tan estricta, tan rigurosa, detrás de la narración.
Nadie más indicado para hablar del hecho que quien estuvo allí, pero la realidad física impide que usted vea lo que yo veo, que usted oiga lo que yo oigo, sin contar, además, con toda la mediación psicológica, lo que pasa por su cabeza y lo que pasa por la mía, porque su experiencia vital hace que para usted una explosión implique esto o aquello. Para mí desde afuera, seguramente la experiencia sea completamente diferente. Hay gente que ni siquiera lo recuerda, borra todo.
Este ejercicio metodológico analizó 1.200 testimonios, 40.000 folios, publicaciones de prensa, grabaciones, opiniones y escritos. Así se creó una base de datos que permitió segregar la información, desagregarla por oficinas, por pisos, por tipo de funcionarios: si son policías, si son secretarias, si son del aseo, si son los escoltas… Al agruparlos, se puede cruzar la información. Yo cojo y leo a las seis personas que están en la oficina X, cuyos testimonios coinciden en unas cosas, pero de pronto no en otras, y necesito validar esas coincidencias y esas diferencias: si era posible que un testigo tuviera la posibilidad de ver la Casa del Florero desde una ventana o ver a un francotirador en otra ventana. Así que también se contextualizan los testimonios con la arquitectura del edificio, y entonces se tienen modo, tiempo y lugar. Y no porque lo dijo este o aquel, sino porque todos los testimonios permiten construir una verdad objetiva desde la realidad física del edificio. Lo mismo ocurre con el cruce de testimonios distintos sobre el mismo hecho, de un civil que jamás ha estado bajo fuego, diferente de un conocedor de los movimientos tácticos de una fuerza combatiente armada, diferente de alguien que lleva décadas como hombre de armas.
Hay una reconstrucción arquitectónica, espacial, volumétrica…
Le puedo contar un secreto, que a partir de ahora no será un secreto. El expediente que yo recibí, que estaba en un baúl debajo de una ventana, fue el mismo que Germán Castro Caycedo utilizó por unos pocos meses para hacer su libro. Con ese material se creó un modelo físico del Palacio de Justicia, porque, créame que yo, como todo el resto de Colombia, incluidos los fiscales que han trabajado el caso, me imaginaba un edificio cuando leía a Germán Castro o a Olga Behar, o los primeros expedientes o los poquitos que están por ahí regados en internet. Imaginaba un edificio proyectado por mi mente, pero solo pude entender ese edificio cuando en una pantalla de computador entré al edificio con las maravillosas herramientas digitales de hoy en día, con la luz del sol de manera correcta a la hora exacta, con precisión en todo, en las sombras de las escaleras, en las visuales desde cada espacio, desde cada ventana. El expediente y todo el material, sin el edificio, no sirven para nada; cuando se ponen esos testimonios en la realidad del edificio, genuinamente puede comprenderse lo que esa gente vivió.
¿Quién está “perdida en el fuego”?
Esa es la pregunta más importante. El libro está hecho con la intención de que cada lector pueda proyectar. ¿Quién se perdió? Yo sé quién se perdió; fue Ana Rosa Castiblanco; ella fue la que se perdió. Aunque se perdieron más personas, muchos dicen que la que se perdió fue la justicia; que se perdió la confianza de la democracia; se perdió la oportunidad de hacer la paz; se perdió la razón; se perdió el control sobre las fuerzas militares; se perdieron mil cosas, que pueden notarse en el libro, que está lleno de acertijos. El título es parte de uno de esos grandes acertijos. Yo quisiera que algún día la gente empezara a detectar esos acertijos en el libro y encontrara esas respuestas que sí están metiditas, escondidas en un lado y en otro (seguramente no pasará), pues cuenta muchas cosas de manera muy cruda, que es lo que quizá le impactó más a usted.
Las escenas están contadas. Yo no tuve reparo en narrarlas como sucedieron, justamente porque yo creo que ya es hora de que las contemos así. Sí, además, porque yo me he sentado con muchos de los familiares directos de esas víctimas y les he contado en privado y en la máxima intimidad lo que pasó con sus familiares muertos allí. Pero casi que los que menos se impactan son ellos, los que más fácil reciben la información; en cambio, al ciudadano común y corriente se le ha entregado una historia muy descafeinada con tal de no molestarlo. Lo que necesita es que por fin le digan qué fue lo que pasó, por eso esta historia está contada así, crudamente.
A pesar de testimonios y pruebas, el libro no señala a nadie…
No. Si usted quiere encontrar responsables, no los va a encontrar mencionados en el libro directamente; pero si usted utiliza esta información, puede encontrarlos, y puede llegar a encontrar respuestas más profundas que las que están ahí expresadas directamente. No se señala a nadie; primero que todo, porque es un peligro; pero, segundo, porque no es mi papel: para eso está la justicia, o para eso debería estar la justicia.
