Me pregunto por qué congresistas y políticos en general gritan en el micrófono, como animadores de feria, como si la amplificación no fuera suficiente para que pueda oírlos todo el auditorio.
—Precisamente, es posible que haya intención de animar, y tal vez también de caldear los ánimos —dijo doña Nati—; todo depende del contexto. Pero también es posible que se trate de desconocimiento de ese contexto.
—Coincido en esas posibilidades —contestó el ilustre profesor Gregorio Montebell—; vea que en el zoológico del Congreso pueden aterrizar personajes del perfil de Mejía, HP Pulido Hernández y Polo Polo, sin fundamentos para la discusión, así que arrancan a gritar.
—Por eso hacen falta en el Congreso personas de alto nivel, como Viqui Dávila, Diana Calderón o Néstor Morales, que tienen mucho fundamento y nunca gritan —interrumpió Catalina Arana—; o Luis Carlos Vélez, o su santo padre, Carlos Antonio.
—Tal vez los Vélez y Morales no griten, porque su estrategia es otra, que es no dejar hablar —contestó Montebell—; pero hay que recordar griterías como la de Dávila con el “peludo” Hassan Nassar, que ella le dijo hasta mico y le enrostró todo lo que él hizo de malo, que hoy ella ha imitado y superado.
—Pero ellos, como Viqui, pueden hacer un buen papel…
—Juan Carlos Iragorri, en el libro “Patadas de ahorcado”, le preguntó a Antonio Caballero qué haría si fuera presidente de Colombia, y su respuesta fue contundente: «Nunca seré presidente». Para Caballero, un periodista es un periodista, no un estadista ni un administrador. El periodista sirve como veedor, pero no como actor directo en el gobierno de ningún país.
—Pues Wally acaba de anunciar que se lanza al Senado en las próximas elecciones.
—Otro opinador que se pierde, aunque, como Ariel Ávila, pueden seguir siendo veedores desde dentro; pero ellos están en otro nivel. Es mejor un buen periodista o un buen analista que un congresista que, como golondrina en esa jauría, no puede hacer más que enterarse de toda la podredumbre.
De vuelta con Antonio Caballero, un periodista es eso, periodista, no estadista, como le dijeron de manera cruda a Dávila. Ella es ejemplo claro de que un periodista debiera dedicarse a su oficio, y hacerlo como tal vez ella hizo antes de que la tentara el síndrome de la chiva, incluso en casos de afectación grave de las víctimas de su información, y antes de entregarse a los intereses de sus patrones, que en nada matiza las funciones verdaderas y éticas de un periodista. Ella se convirtió en el modelo de lo que no se debe hacer como periodista y ahora se está convirtiendo en modelo de lo que no debe hacerse en política.
@PunoArdila