Por YEZID ARTETA*
Cuando un político charlatán devora un filete de carne vacuna en uno de esos restaurantes de moda, jamás se pregunta cómo llegó a su plato ese jugoso bistec. Desde los Llanos del Yarí hasta la ciudad de Cali un camión cargado con bovinos emplea más de veinte horas. El animal permanece todo el tiempo en sus cuatro patas, padeciendo calambres, sin beber ni comer hasta llegar al lugar en que será sacrificado. Los bovinos sufren. Alrededor de doscientas reses padecen diariamente este tormento porque en San Vicente del Caguán no hay frigorífico, ni vías aceptables. Medio siglo de desgobierno, estafas, sobornos, electoralismo y crueldad.
Pregunta: ¿qué hacía un puñado de comisionados del Gobierno en las Sabanas del Yarí, durante los días en que la ciudad de Cali era víctima del terrorismo y un grupo de policías morían en Antioquía? Respuesta: haciendo hasta lo imposible para que la violencia no siga matando a inocentes. El deber de un gobierno es el de proteger a su nación, los que viven en las conglomeraciones urbanas, pero sobre todo a los más desprotegidos: los labriegos que habitan en las regiones apartadas, donde la violencia nunca ha desaparecido. A veces es menester ir hasta un remoto lugar para escuchar el testimonio de la gente que sufre en primera persona. No tanto para escuchar a una agrupación armada, petrificada, que parece no tener oídos. A los aparatos de propaganda les fascina escuchar la carreta de los pseudo gremios empresariales, pero les aturde la voz de los de abajo.
En esas correrías, un grupo de campesinos se acerca a la delegación del Gobierno para entregarle un sobre arrugado y manchado de lodo. El sobre contiene una carta dirigida al presidente Gustavo Petro, firmada por más de cien campesinos y campesinas de un centro poblado que vieron pasar a los gobiernos de Pastrana, Uribe y Duque, sin que éstos los voltearan a ver. Estamos a la buena de dios, se lamentaba una señora. La trocha y lo poco que hay en el caserío lo han hecho con sus brazos y sus centavos. El Estado allí ha sido una mentira. La gente apoya a la fuente que satisface sus necesidades, reza un manual de contrainsurgencia de los Estados Unidos. Cuando el Estado es ausente, alguien se hace presente.
El ex presidente Uribe firmó unos acuerdos con los paramilitares y el ex presidente Santos con los guerrilleros. Luego llegó Duque cobrando y derrochando el dinero de la paz, pero sin hacer nada por ella. Mientras tocaba la guitarra y hacía dominadas con un balón, había gente rearmándose en los montes. Cuando Colombia despertó en el 2022, el dinosaurio —parodiando a Augusto Monterroso— estaba allí. Tomando a los lugareños como alimento. En el Cañón del río Micay, por ejemplo, el Gobierno de Petro descubrió una suerte de enclave dominado por una agrupación armada que consideró como enemigos a los líderes campesinos e indígenas que se oponían a la siembra de coca y marihuana en sus territorios. La recuperación de una enrevesada y extensa región como el Cañón del Micay es una operación que demanda tiempo, continuidad, inversión e interfaz con la población.
La legitimidad del Estado no se consigue con bravuconadas y payasadas, como las expresadas por los extremistas de derecha. La mayoría de operadores políticos de Colombia no tienen ni la menor idea de lo que está ocurriendo en la periferia del país. Estamos ante un tipo de guerra disruptiva en la que se entrelazan acciones propias de la guerra de guerrillas con el crimen organizado y el terrorismo. Una situación de conflicto hay que asumirla con serenidad. El terror busca crear el caos y minar la confianza entre las instituciones y la ciudadanía. La locuacidad de ciertos mandatarios locales —propietarios de una agenda política irrelevante y cortoplacista— ante los hechos de violencia, trae más confusión y desaliento. Su preocupación no es la gente, sino las próximas elecciones.
Las Fuerzas Militares están haciendo su tarea en un escenario de guerra desconocido, hostil y minado de trampas. La misión no consiste en disparar a ciegas y saltarse la ley como reclaman desde sus celulares los bocazas y extremistas de derecha. Charlatanes debidamente atrincherados en sus blindados y encapsulados en una comodísima realidad paralela, lejos de la del joven que debe arriesgar su vida para salvarles el trasero. “Somos muy jóvenes para morir”, le dice un soldado a otro mientras platican en una garita en la que se encuentra empotrada una ametralladora. La escena corresponde a la película Los confines del mundo de Guillaume Nicloux que recrea la guerra de Indochina durante la ocupación francesa.
Apunte: Oye, Viejo Topo, hay idiotas que alardean de títulos universitarios y cargos públicos. Mequetrefes, decía mi maestra de primaria. Hacerse una foto con Benjamin Netanyahu, el hombre más repudiado del planeta, amén de ostentarla como lo hizo Iván Duque, es el colmo de la idiotez. El rol de comparsa del ex presidente colombiano me hizo recordar una escena de la peli El portero de noche, dirigida por Liliana Cavani, en la que una prisionera judía es obligada a mostrar sus pechos y danzar ante un grupo de criminales nazis. Visiónala gratis en YouTube.
@Yezid_Ar_D
* Tomado de revista Cambio Colombia