La muerte como espectáculo y el nacimiento de un delfín

Por JAIME DAVID PINILLA*

Mentiría si dijera que me sorprendió el desmedido cubrimiento mediático de la muerte y las exequias de Miguel Uribe Turbay. Parecido fue el de la muerte de Jaime Garzón o de Luis Carlos Galán. Y lo fue no solo por quienes fueron en vida, sino también, por supuesto, por la manera violenta en que murieron. La muerte de Belisario Betancur, el más digno expresidente que hemos tenido, el único que supo serlo, apenas mereció una nota breve en los noticieros. No hubo extensísimos directos ni las típicas entrevistas de relleno que hace la reportería a cuanto transeúnte se cruza frente al equipo de grabación. Apenas superó la de quien terminó su vida pública en el otro extremo de la dignidad y que también se despachó de este mundo: Samuel Moreno Rojas. Y claro, entendiendo el negocio, pues no es otra cosa el actual periodismo, estas muertes no reditúan. 

No hay mayor diferencia, pues, entre el cubrimiento del reciente magnicidio con el de los de otrora, que también acapararon el contenido de los medios, salvo que, en el caso más reciente, el de Miguel Uribe Turbay —no así en los otros— el ataque sicarial se produjo dos meses antes de su muerte, tiempo en el cual los medios fueron agotando el tema. Nada hubo de nuevo cuando llegó el momento de su triste fallecimiento, pues todo estaba dicho sobre Miguel: su trayectoria, su llegada a la política, su orfandad temprana, su vida familiar, su filiación partidista, todo. Así, pues, el cubrimiento de su cámara ardiente y sus exequias no fueron más que un refrito mil veces amasado y vuelto a hacer, eso sí, con la acostumbrada postura de que todo muerto es bueno: ni una palabra acerca de que fuera el hijo de un presunto defraudador del Estado (Miguel Uribe Londoño nunca fue condenado) y nieto del que quizá sea el más espurio presidente que hayamos tenido, el tenebroso Julio César Turbay.

Es decir, no fueron RCN y Caracol los que convirtieron la muerte en espectáculo, pues esta lo ha sido desde siempre, o al menos desde que la humanidad tiene memoria. Ni siquiera se remonta a los tiempos del cadalso, pues ya en la antigüedad —quizás nunca lo ha sido tanto como en la antigüedad— la muerte de un poderoso se ritualizaba y se exhibía como un espectáculo de masas. Los duelos públicos iban bastante más allá de los días de duelo que decretó el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, un auténtico saludo a la bandera. Desde los sacrificios humanos rituales, los autos de fe de la Inquisición o las ejecuciones públicas de la Edad Media hasta las decapitaciones del grupo Hamás transmitidas en directo, pasando por las condenas a las bestias y las peleas entre gladiadores en el Coliseo Romano, las lecturas de sentencia a la guillotina en Francia tras la Revolución Francesa o la silla eléctrica en Estados Unidos, el espectáculo ha estado a la orden del día. La diferencia con la espectacularidad de las muertes de ahora son simplemente el soporte digital actual, el streaming, la capacidad de cuantificar los espectadores y la monetización del contenido.     

Lo que sí hubo de nuevo en el triste desenlace de quien fuera una promesa para un lado del espectro político, fue el burdo manoseo electorero que se le dio al hecho, principalmente por quien, de entre los precandidatos, es quien más de cerca conoce el oficio del periodista: la tan mal emparentada Vicky Dávila de Gnecco. Basta recordar sus constantes visitas a la clínica en los días posteriores al atentado, sus continuas apariciones en prensa donde no disimuló su cara de mujer necesitada (de votos) y su perorata insufrible de Petro esto, Petro aquello, Petro lo otro, pues su discurso político, pobre como el que más, tan vacío como las calorías de una dona, se agota en dos líneas. Y es que Vicky representa, por supuesto, una donna vacía. Quizás como consuelo quedan los memes que estallaron como ranas después de la lluvia y nos arrancaron sonrisas en medio de tan dramáticas noticias.

Ahora bien, no fue la única: los pasillos de la Fundación Santa Fe se convirtieron en la sede de todas las campañas de ese lado de la política, todos pescando en río revuelto con escasas diferencias en sus palabras. Y los medios, cómo no, allí estuvieron, sirviendo de megáfono a todos.

Y aunque las investigaciones para dar con los responsables intelectuales de este execrable crimen apuntan hacia la segunda Marquetalia, estas disidencias han emitido un comunicado en el que niegan cualquier responsabilidad en su planeación y ejecución. Al parecer, pues, la Fiscalía está perdida en la línea de investigación. Y no es de extrañar, pues tenemos una tradición de impunidad muy arraigada, y cuando ha habido condenas, como la dictada contra Alberto Santofimio por el magnicidio de Luis Carlos Galán, ha sido décadas después. En ese caso fue fuego amigo, traición pura y dura. Habrá que ver si la justicia logra algún día esclarecer el caso de Miguel Uribe Turbay. De momento, solo hay dos cosas claras: que hemos asistido a un asqueante espectáculo de manipulación política de ese crimen y que, aunque la derecha aún no tiene candidato para las elecciones de 2026, ya hay uno definido para las de 2062: Alejandro Uribe Tarazona.

@cuatrolenguas

*Historiador de la Universidad Industrial de Santander. Corrector de textos para editoriales. Ha colaborado en publicaciones de la FAO y varias ONG. Fue presidente de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo (Correcta), de la que además es miembro fundador. Formó parte del equipo editorial que tuvo a cargo la edición del Informe final de la Comisión de la Verdad.