Solo cenizas

Los cohetones y los juegos (no fuegos) pirotécnicos se usan para celebrar: Navidad, año nuevo, el triunfo del Bucaramanga… y hasta para avisar en la vereda la venta de carne. Hoy el uso de la pólvora está restringido en la mayor parte del país y prohibido en muchas regiones; me pregunto entonces qué hace nuestra decadente sociedad “celebrando” las muertes con pólvora, aun frente a todo lo que contraviene este nuevo chispazo de la moda.

Es curioso que, en la paz de un jardín dispuesto para los difuntos, en medio de la naturaleza, dentro de un bosque, se encienda un polvorín, cuyos colores, de día, no disfruta nadie, menos el difunto. En esa paz, interrumpida por el escándalo de la pólvora, hay un entorno de naturaleza seriamente afectada por este nuevo ritual de la moda. Le hace juego a esta ironía que muy cerca una universidad haya arrasado miles de metros cuadrados de bosque para escribir “UDES verde” con letras enormes.

Las pompas fúnebres cambian, como todo. Antes las casas eran tanatorios temporales, con comida y bebida, con cuerpo presente y nueve días más; después el tinto y el trasnocho eran en salas de velación empresariales, pero después se restringió la hora para que los deudos se retiraran a descansar. Hoy, con la buena costumbre de la cremación, estos rituales se están reduciendo a solo un encuentro de una hora para despedir las cenizas del difunto, y ya.

Si el servicio funerario concluía con la entrega de las cenizas, que acababan luego en el mar, esparcidas por el viento de la montaña o enterradas alimentando un arbolito, y ahora la costumbre del velatorio está quedando atrás, sin días de velatorio ni hospedaje para un cuerpo, unos huesos o unas cenizas, la empresa funeraria comienza a ver el impacto en sus cuentas, porque ya no hay entonces quien pague tanto por tan poco. Incluso un ataúd, que resultaba vendido y revendido jijuemil veces, porque el cajón de madera queda por fuera de la quema (por supuesto), ahora no será fácil venderlo, porque el cuerpo pasa directamente del lecho de muerte al horno.

Por ahora, han planteado como “norma” del entorno funerario que las cenizas deben quedar en un camposanto para que el alma se salve, y se comprometen, por una módica suma de seis dígitos, a guardarlas y a tenerlas dispuestas para las visitas. Cada quien estará en la libertad de decidir si paga por ese servicio o les deja las cenizas para que las usen como abono, ante la negativa de entregarlas por aquello del pecado sempiterno. Lo que no me cuadra en las posibilidades de salvación del alma es eso de quemar pólvora y cantarle corridos prohibidos al muerto.

@PunoArdila