Cuando se menciona a la recientemente fallecida Nydia Quintero de Turbay, exesposa de Julio César Turbay Ayala y abuela de Miguel Uribe Turbay, yo pienso de inmediato en las caminatas de Solidaridad por Colombia. Ella se las inventó.
Me acuerdo de niño viendo en televisión las transmisiones de la caminata, y a mi familia pegada a la pantalla hablando de las bondades filantrópicas de «doña Nydia». «Ella es buena», decía mi abuelita, y le pedía a Dios por ella en sus oraciones.
Con los años uno aprende que esa supuesta «solidaridad» es una forma más de la política de la limosna. Se hacía una caminata, los ricos daban donaciones, y después ricos y políticos, incluyendo a Doña Nydia, iban a la Catedral Primada a rezar para que las cámaras los vieran y las abuelitas de Colombia, como la mía, dijeran casi en coro: «¡Qué devota es la señora Primera Dama! ¡Qué temeroso de Dios es el señor Presidente Turbay!».
Lo cierto, es que esas caminatas ayudaron a confundir solidaridad con política pública, es decir, hicieron del asistencialismo un mecanismo político. Se trataba de recoger dinero para darles a los pobres; no se trataba de promover políticas públicas que cambiaran las condiciones objetivas que conducían a la pobreza.
Eran las Caminatas, además, el mecanismo de Turbay Ayala para disfrazar su rostro autoritario con el de benefactor de los más necesitados. Mientras ellos rezaban en la Catedral con el coro de ingenuas abuelitas detrás, el Estatuto de Seguridad del expresidente, perseguía, desaparecía, mataba, desplazaba, condenaba al exilio a quiénes pensaban diferente.
Hoy, a sus más de 90 años, doña Nydia ha fallecido. Esa mezcla dañina y perversa de la solidaridad hecha disfraz político de la persecución, se hizo carne en su nieto, el Divino Rostro de la Sangrada Cabeza, San Votico, el cuasi mártir Miguel Uribe Turbay.
Hoy, a las afueras de la clínica donde sigue «debatiéndose entre la vida y la muerte», las abuelitas continúan rezando por la vida de Miguel. Él, que aplaudió y gritó de júbilo cuando les negaron a los trabajadores sus derechos justos; él, que culpó a una mujer de ser la causante de su propio feminicidio; él, que culpó a los jóvenes de la protesta social de ser los responsables de que las balas policiales los alcanzaran.
La familia Turbay Uribe pide, otra vez, la solidaridad de Colombia. Hoy, otra vez, hacen de la solidaridad un mecanismo vil de la política lacrimógena. Hoy, como en las épocas de la Caminata, le piden a la gente que rece por ellos, mientras las políticas que ellos promueven clavan cuchillos por la espalda en medio de Padres Nuestros y Ave Marías.