Por YEZID ARTETA*
“Yo antes ganaba bien, pero me jodieron con la reforma de Uribe”, me explicaba un empleado de vigilancia que trabaja en un conjunto residencial de Cedritos. Hace una pausa para recibir un domicilio. “Apartamento 701”, le dice el rider mientras le alarga una pizza que no cabe por el ventanillo de la puerta. Toma el juego de llaves. Mira que el rider no sea uno de los ladrones que merodean por el barrio. Abre la puerta. Recibe la pizza. Cierra. El rider, protegido por un impermeable, vuelve hasta la bici. “No pude seguir pagando la hipoteca que tenía con el banco, ahora vivo de arriendo con la mujer y dos hijas”, agregó el vigilante con una voz que juntaba la resignación con la rabia. “Paisano, llegó el Uber”, me despido en carrerilla hacia el desvencijado taxi. Llueve a montones. He olvidado el paraguas.
Los empleados de vigilancia y seguridad privada conforman uno de los grupos más afectados por la reforma laboral presentada al Legislativo en 2002 por el entonces expresidente Álvaro Uribe. Sus cachorros en el Congreso la aprobaron entre vítores y risotadas. Los vigilantes perdieron, entre otros, el 66 por ciento de sus ingresos dominicales. Los afectados son miles de hombres y mujeres que cuidan las viviendas y el trasero de los congresistas, banqueros, dirigentes gremiales, contratistas, burócratas, políticos al uso, ladrones de frac y propagandistas con micrófono.
“Somos capitalistas, ponemos capital para ganar, pero queremos que nuestros operarios también ganen”, me comentó una pareja de empresarios menores de treinta y cinco años, vinculados a los textiles y la exportación de café. La conversación ocurrió en una caseta de la COP-16 realizada en Cali. “¿Los vicarios de la ANDI, Fenalco, Asobancaria, Analdex y otras especies los representan?”, le pregunté a la chica. La pareja se echó a reír. “Son unos vividores —respondió el chico—, deberían salir a buscarse la vida como lo hacemos nosotros”.
En junio del año pasado el gremio de los banqueros llevó a Cartagena de Indias a Vicky Dávila para ovacionar sus ocurrencias. Otro tanto hicieron los señores de la ANDI: pusieron en una tarima a Francisco Barbosa, un charlatán trajeado de fiscal, para que lanzara toda suerte de estupideces contra el Gobierno. Les gusta escucharse entre ellos, pero no oír la voz de los demás. Una burbuja de fanáticos que le ha dado las espaldas a la realidad del país. Una cofradía incapaz de asimilar el cambio generacional y cultural que discurre en la nación colombiana. Dirigentes gremiales empequeñecidos por sus banales ambiciones, sin horizonte de Estado y sin sentido de patria.
Si fueran más inteligentes invitaran a sus foros a gente corriente para que les cuente cómo es su día a día. ¿Cómo hace un trabajador, por ejemplo, para cubrir una onerosa hipoteca? ¿Cuánto se hace en el día un reciclador luego de empujar un carromato por kilómetros de calles desportilladas? ¿Qué le queda a un sembrador de cebollas que sale al tajo antes de despuntar el sol? ¿A qué hora se levanta la mujer que asea las viviendas y limpia el retrete de los senadores de la Comisión Séptima del Senado que hundió la reforma laboral? ¿Cómo se las apaña un tendero para sobrevivir ante las grandes superficies que se instalaron en su barrio? Desde que los jefes gremiales se volvieron activistas dejaron a un lado el interés por el drama de cientos de miles de colombianos y colombianas. La mayoría social de Colombia no cabe en el anticuado cerebro del señor Bruce Mac Master o en la del frívolo señor Jaime Alberto Cabal. Dos personajes del pasado que, junto con el inmortal César Gaviria —una especie de Dorian Gray criollo—, representan el no futuro.
Mientras estos añejos caballeros le meten miedo a Colombia con el dragón chino, cientos de jóvenes empresarios y profesionales del país fueron y volvieron de China. Vieron que la tierra de Confucio, Sun Tzu y Mao trae más futuro para ellos que el que les ofrecen los anticuados jefes gremiales.
Para este fin de semana, Viejo Topo, dos recomendaciones asociadas a China: una peli que visioné hace unos años y un libro que leí por recomendación de una profe colombiana que enseñó literatura latinoamericana en una universidad de China. El triller se titula Cliff Walkers, dirigida por el consagrado director Zhang Yimov, que recrea una operación ejecutada por cuatro agentes especiales del Partido Comunista que regresan clandestinamente a Manchukuo —Estado títere del Japón— luego de un entrenamiento en la Unión Soviética. El opúsculo, del controvertido escritor chino Yu Hua, se titula China en diez palabras. Diez capítulos que toman como principio diez vocablos: Pueblo, Líder, Lectura, Escritura, Lu Xun, Revolución, Disparidad, Base, Imitación, Engaño.
* Tomado de revista Cambio Colombia