Por YESS TEHERÁN
No conocí a Han Kang hasta que la anunciaron ganadora del premio Nobel de Literatura 2024. Un amigo y yo decidimos comprar una de sus novelas, para leerla y comentarla, en parte para entender por qué había sido galardonada, en parte para salir de los escritores de siempre.
La primera novela que llegó a mis manos fue La clase de griego. Pocas veces me he sentido arrastrada por oleadas tan fuertes y profundas de tristeza desde la primera página. La historia, de la cual hay muy pocos actos, pero sí bastante introspección, es narrada en tercera persona a través de dos personajes principales: una lingüista que ha perdido su capacidad de hablar y busca desesperadamente las palabras en una lengua muerta: el griego antiguo. Y un profesor que, como Jorge Luis Borges, va perdiendo la vista lentamente debido a una condición genética heredada de su padre. Ella acaba de enterrar a su madre y ha perdido la custodia de su hijo, él decidió pasar unos años en Seúl luego de haber vivido gran parte de su vida en Alemania, donde perdió a la mujer que amaba. Ambos han decidido estar solos, porque saben en el fondo que todo es íntimo y personal, que sobre ellos se asienta esa clase de tristeza diaria que muy pocos son capaces de entender.
Luego mi amigo me regaló La vegetariana y yo, completamente atrapada en la voz sin voz de Han Kang, me sumergí de nuevo en la lectura. Fue en ese momento que dimensioné la verdadera grandeza de su escritura. No sólo cambió su estructura y forma de narrar, sino que también fue capaz de electrizarme con las fuertes emociones de su novela. Una mujer decide repentinamente volverse vegetariana y no existe poder humano que la haga cambiar de parecer. Tampoco desea explicar la radicalidad de la decisión, sólo podemos asomarnos a su personalidad con los testimonios de su esposo, su cuñado y su hermana.
La obra pone sobre la mesa el impacto de la violencia ejercida contra la mujer desde tres roles: un padre agresivo, un esposo dominante y un esposo abusivo, quien además es emocionalmente distante. Frente a esto, dos respuestas a este tipo de maltrato: la madurez temprana, el exceso de responsabilidades y la imposibilidad de pedir ayuda de parte de la hermana; y la depresión, incomunicación y regresión que posee a la vegetariana como un íncubo que además la acecha en sus sueños, sin darle un minuto de paz.
Ya incapaz de soltar a la escritora surcoreana, su tercera obra me llegó también en forma también de regalo de otro querido amigo: Actos humanos. Debo decir que en esta novela sentí lo que es la podredumbre humana, tan real y vívida que sus imágenes aún me persiguen. Con una estructura y técnica narrativa distinta a las dos anteriores, Han Kang decide relatar el levantamiento de Gwangju ocurrido en 1980, donde el hilo que une todas las voces es el joven Dongho. Kang utiliza el testimonio de distintos personajes para reconstruir lo ocurrido y su efecto en la población: antes, durante y después de la masacre.
Los personajes nos recuerdan que el cuerpo humano es frágil y que, como los “insectos”, podemos morir fácilmente. Esta sensación de vulnerabilidad se incrusta como un cuchillo en nuestra alma, permeando cada emoción que sintamos, buena o mala. También Hang Kang nos advierte que si observamos lo suficiente, veremos que los demás son conscientes de esa debilidad, y es lo que nos permite seguir adelante: saber que compartimos el mismo dolor, estamos acompañados y eso hace la carga un poco más fácil de sobrellevar.
Con Actos humanos, el lector siente el dolor y miedo a la muerte hasta en los huesos. Sn embargo, el suicidio no pondría fin al sufrimiento, por lo que cada asume el dolor y aprende a sobrevivir con él. La violencia que hace presencia en esta obra es ejercida desde el Estado, que a través de sus agentes es capaz de las peores monstruosidades. Pero también nos muestra la generosidad, la abnegación y la solidaridad que surge entre compañeros en los peores momentos.
A estas alturas, ya estaba obsesionada con Han Kang. Para mi fortuna, el mismo que me obsequió La vegetariana decidió darme de cumpleaños Imposible decir adiós. A través del alter ego de Gyeongha, Kang nos cuenta lo que sintió años después de publicada su novela Actos humanos, y cómo, al haberse sumergido en la investigación para su libro, fue surgiendo en ella una herida muy difícil de cerrar, un dolor que la acompañaría todos los días, minando sus relaciones, su vida personal y sus noches. A su vez, la autora nos muestra en primera persona las secuelas del dolor y, junto con el personaje de Inseon (amiga de la protagonista) nos dice que no hace falta vivir una masacre o la violencia para heredar ese dolor: puedes palparlo en tus familiares, tus amigos cercanos y lo difícil que es dejar el pasado atrás.
Aunque de nuevo nos hable de la violencia estatal ejercida a través de agentes con prácticas extremadamente crueles, Han Kang decide abordarlo de una manera distinta: cómo repercute el pasado en las nuevas generaciones, pero, sobre todo, lo importante para una sociedad la verdad, la justicia y la reparación. Como colombiana, he visto cómo cada generación ha afrontado las distintas etapas del conflicto armado, que directa o indirectamente se ha hecho presente en la vida de todos los colombianos. Kang conversa en esta novela sobre la necesidad de hablar sobre ese dolor, lo importante que es para las víctimas saber qué pasó con sus familiares, como un paso necesario para seguir adelante, quizá incluso perdonar.
Han Kang es sin duda uno de mis más maravillosos descubrimientos literarios: a través de personajes complejos y bien construidos muestra distintas respuestas ante el trauma, cómo las personas asumen este dolor, lo rechazan, lo abrazan o bien se dejan arrastrar por él hacia el abismo.
Para sus protagonistas, si bien la vida se hace pesada y difícil, pero la muerte no es una opción. Continúan a pesar de tanta pena, y esa decisión es la que compartimos muchas personas que hemos vivido situaciones que sobrepasan nuestros umbrales de dolor. Como individuos y como sociedad necesitamos precisamente eso: una conversación abierta sobre nuestras heridas, los traumas y el dolor. Solo así podremos volver a caminar con la frente en alto, ya sin miedo, un poco más ligeros.