—A mí sí que me alegra que el tal proyecto ese de la reforma laboral se caiga —gritó feliz Maurén—, porque la gente en este país es muy perezosa, como dijo mi amado pastor.
—Yo también me alegro —respondió Osquítar—; hay que felicitar a esos honorables congresistas que le dieron duro a esa propuesta. Que trabajen, a ver si podemos sacar a Colombia de este caos en que la tiene sumida la izquierda con el cuentico ese de vivir sabroso: ganar sin trabajar.
—¿Que trabajen quiénes, Osquítar? —preguntó el ilustre profesor Gregorio Montebell—. Para una discusión, es importante definir si “trabajar” se refiere al taxista y al camionero, que obstruyen el paso porque están trabajando; o al de la chaza o a tantos que se apropian de lo público porque están trabajando; o al ladrón y al atracador y al narcotraficante, que hablan de que están trabajando y tienen que llevar el pan a sus hijos; o al hombre de la funeraria (él sabe a quién me refiero) que le cae como un chulo a los dolientes para conseguir el servicio porque está trabajando; o al teniente aquel que se ufanaba de estar trabajando para pagarle el tratamiento de cáncer a su novia con lo que le abonaban por “matar enemigos”.
O habla usted de cómo se conjuga el verbo trabajar en instancias gubernamentales. Me contó un amigo que hace tiempo una señora de la Gobernación le dijo muy en serio que ella confiaba en que pudieran trabajar, y él le contestó que por supuesto, que para eso había llegado; pero ella terminó encolerizada con él porque el verbo trabajar significa otra cosa entre esa gente, y se conjuga distinto: aunque termina en ‘ar’, no comienza en ‘tra’, sino en ‘ro’.
Tal vez habla usted de las que ejercen el oficio más antiguo del mundo, que les toca tan duro, o quizás habla de sus hijos, que tantos de ellos tienen escaño en el Congreso, y que son los más interesados en que la gente trabaje, pero los demás, no ellos, porque, en vez de proponer y debatir proyectos de ley y hacer control político, se dedican a mamarle gallo a sus obligaciones y a publicar huevonadas en las redes, a decir estupideces y, cuando más, a insultar y vociferar en las sesiones.
O dirá usted de tantos periodistas, que se convirtieron en influenciadores, sin contenido ni fundamento, que tienen convencidos a muchos colombianos de que vivíamos en el paraíso hasta hace tres años, y que “vivir sabroso” significa robar, traficar y traquetear, y no lo que significa de verdad, que es vivir sin zozobra ni miedo; como dice Víctor Jara, “el derecho de vivir en paz”.
@PunoArdila
* Imagen de portada, tomada de https://www.aclad.net/prostitucion/