Uribe, del zurriago al bordón de anciano

«El tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos…» dice el verso de la canción Años, un clásico de la música protesta ochentera. Y sí, nos vamos poniendo viejos. Por ejemplo, poco queda de aquel «fogoso joven liberal» que Clara López Obregón reconociera en Álvaro Uribe por allá en los años mozos de ambos; aunque no hay que ir tan lejos en el tiempo, veinte años bastan: poco queda de aquel hombre que vociferaba con las venas del cuello hinchadas que a Colombia la estaba matando la pereza y que había que recortar la jornada de sueño y de vacaciones, anuncios que la multitud aplaudía, ignorante de las implicaciones sociales de la implementación de la Ley 100 y de que este es uno de los países más madrugadores del mundo.

Ya no se hace grabar trotando sin camisa con su guardia pretoriana o diciéndole a otro por teléfono «le voy a dar en la cara, marica», y menos nadando en el río o corriendo sobre la muralla china. Tampoco se ufana como caballista paisa, hombre de zurriago, de no dejar regar el café mientras monta un ejemplar de paso fino, aunque sigue cabalgando alrededor de personajes que con un pensamiento tan colonial como el suyo propio se prestan para el espectáculo. Ya tampoco se hace autoatentados, como el de Barranquilla en 2002, ni casa peleas con magistrados, aunque sigue estigmatizando a ciertos periodistas, con algunos de los cuales perviven líos judiciales. Ya no defiende criminales, a quienes presentaba como «buenos muchachos». Y aunque goza del amor ciego de huestes enteras, en realidad se ha ido quedando solo, recogido en su puerto seguro y rodeado de hijos, nueras y nietos y dedicado a su defensa; se ha ido apagando poco a poco.

En los últimos años, sobre todo en las audiencias del proceso penal que se adelanta en su contra por soborno a testigos, hemos visto a un Uribe más sumiso,  victimizado, hablando en voz baja, a veces casi en susurros, como impone la vejez a cualquiera más allá del poder o del dinero del que ostentó en su vida previa. La vida, sabia como el que más, nos muestra una vez más que lo esencial está en otra parte, como lo hizo Orson Wells en la voz de Charles Foster, el protagonista del clásico Ciudadano Kane cuando este, ya a punto de morir, solo acata a decir ‘Rosebud’, el nombre de un trineo que lo hizo feliz de niño. 

Hace poco, ya en 2025, con la politización que supuso la posesión de Nicolás Maduro en Venezuela, ha vociferado pidiendo la invasión de los EE. UU. al país vecino, pero basta un mínimo de alfabetización política para entenderlo como una escaramuza de las tantas que empiezan a darse y que irán in crescendo en un año preelectoral, así como los cálculos políticos, como la propuesta que le hicieran en su partido de encabezar la lista al Senado o aceptar ser fórmula vicepresidencial del candidato del Centro Democrático.

Una de sus más recientes apariciones fue en el aeropuerto de Montería, donde una mujer lo encaró por los hallazgos de La Escombrera. Allí se le vio cojeando y con bordón.

Uribe es uno de los mejores personajes objeto de estudio para la historiografía futura, y estoy seguro de que no pasará mucho tiempo después de su muerte para que afloren verdades hoy sepultadas bajo el enorme poder que todavía lo cobija, pero que un día se hará a un lado, como hoy se hacen a un lado los millones de toneladas de escombros que sepultan la verdad en un tenebroso lugar llamado La Escombrera, ese mismo por el que lo interpelaron en Montería.

Mientras tanto, larga vida a Uribe y buen paso a la justicia, aunque dudo que esta lo alcance. Cuando venga a buscarlo la parca, porque un día vendrá, Uribe no se aferrará a sus miles de hectáreas ni a sus millones en paraísos fiscales, tampoco a sus amigos poderosos, sino a algún recuerdo de infancia, a su propio Rosebud.  Ese día empezará otra historia.

@cuatrolenguas